Al mismo tiempo, el nacionalismo genera mucho fatalismo. La frase que Zapatero comentara ante altos cargos institucionales, entre los que abundaban los representantes del poder judicial, puso a más de uno los pelos como escarpias: La situación en el País Vasco es irreversible, afirmó. ¿Qué quería decir con eso? Probablemente, ni él mismo lo supiera, pero se aproxima a eso que usted está pensand el fatalismo de pensar que lo de Euskadi no tiene remedio y que la única opción es rendirse ante los extremismos, o, al menos, retrasar lo más posible lo irreversible.
Como Mr. Bean es muy empecinado, no ha aprendido nada de la historia, de la historia más reciente: recuérdese que hasta semanas antes de la caída del Muro, intelectuales campanudos y prestigiosos analistas de la situación internacional recordaban a Occidente que debía transigir ante el comunismo, un fenómeno al que no se podía derrotar sino, en el mejor de los casos, contener. Zapatero, seguro, habría dicho lo mismo. Nos ha tocado un presidente incapaz: tranquilos, hay cosas peores.
¿Y ese determinismo ante la situación en Euskadi tiene algún fundamento? Por supuesto que no. Lo del nacionalismo vasco no es más que un dique, de barro y paja, que momentáneamente ha detenido el fluir de la historia, un verdadero Amazonas, que un buen día arrasaría ese dique minúsculo para rechifla de quienes lo construyeron. Lo mismo ocurre con el sarampión catalán. Muchos de los 500.000 votantes de ERC en las Generales del 14 de marzo no tiene la menor intención de independizarse de España, pero les molestaba el tonillo, el talante, de José María Aznar, especialmente del Aznar de la segunda legislatura. Votaron a ERC para chincharle.
Rajoy es incapaz de caer en la cuenta de que si subiera a la tribuna de oradores del Congreso y dijera algo así como Señores, España está cerrada, su éxito sería fulgurante. Y debería añadir: Por lo que respecta al Partido Popular, el proceso autonómico ha concluido, e incluso debería darse marcha atrás en algunos puntos, como el de las policías autonómicas. Serían muchos los españoles que aplaudirían con ganas, españoles de izquierdas y de derechas.
Ocurriría lo mismo que narraba cierto banquero español: cuando se produce un cambio en una cúpula de una gran empresa, y llega un nuevo que sustituye a un veterano, todos predicen que no logrará formar su propio equipo, que la sombra del destituido pesará sobre él, amenazadora, buitresca. Lo cierto es que se caen las viejas glorias en 24 horas y no ocurre absolutamente nada.
Pues, con el nacionalismo igual. Es más, una actitud menos centro reformista le atraería a Rajoy muchas más simpatías que esa ambigüedad permanente, esa paralela de la nada, que es el centro reformismo. No entro ni salgo en si España necesita profundizar sobre el centralismo o sobre su contrario en el momento presente. Lo que digo es que más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo. O sea, que uno puede ser de derechas o de izquierdas, pero eso del centro reformismo es una mariconada de mucho cuidado.
Eulogio López