Los complejos de la derecha española, santificados por José María Aznar y multiplicados por Mariano Rajoy, es decir, el centro reformismo, y la impotencia del PSOE (con muy mala follá, los malagueños ya han traducido el acróstico ZP: Zopla-Pollaz) están pergeñando un panorama político realmente jocos probablemente, España nunca contó con un presidente del Gobierno (presidente legítimo, presidente por accidente, presidente gracias al asesinato de 192 personas) tan insensato, tan ignorante, tan recalcitrante pero con tantas garantías de permanecer en el poder por largo tiempo.
Vamos con Rajoy. Don Mariano es todo un centro reformista. Es decir, un hombre que tiene miedo a quedarse solo, y ese miedo es la mejor manera de que, en efecto, hasta tu fiel perro huya de ti. Ahora don Mariano ha aceptado discutir las enmiendas constitucionales destinadas a dotar de mayor autonomía a las muy autónomas comunidades, especialmente aquellas que más lo solicitan, como Cataluña y País Vasco.  
 
Ya he dicho otras veces que si la cuestión nacionalista confunde y enerva tanto es porque no estamos hablando del Estado de Derecho, sino del tamaño del Estado. El nacionalismo no discute ni sobre libertades ni sobre derechos humanos, tampoco sobre justicia social o sobre la legitimidad de la violencia o sobre el sistema fiscal o sobre el derecho a la vida: sólo discute sobre dónde deben estar colocadas las fronteras, y sobre si nosotros somos mejores, iguales o peores que ellos. Como decíamos de niños: a ver quién mea más largo. A ninguna persona inteligente le impresiona el juego; a Zapatero y a Rajoy, por el contrario, les paraliza las neuronas: el uno lo utiliza como una posibilidad electoral y una baza que ofrecer a sus aliados más pedigüeños. Para don Mariano, oponerse a nuevas cesiones de competencia sería abandonar el centro reformismo y volver a la derecha dura. Ninguno de los dos ha caído en la cuenta de que el nacionalismo no es una cuestión de ideas, sino de identidades. Por tanto, tiene poco de racional y supone un callejón sin salida.

Al mismo tiempo, el nacionalismo genera mucho fatalismo. La frase que Zapatero comentara ante altos cargos institucionales, entre los que abundaban los representantes del poder judicial, puso a más de uno los pelos como escarpias: La situación en el País Vasco es irreversible, afirmó. ¿Qué quería decir con eso? Probablemente, ni él mismo lo supiera, pero se aproxima a eso que usted está pensand el fatalismo de pensar que lo de Euskadi no tiene remedio y que la única opción es rendirse ante los extremismos, o, al menos, retrasar lo más posible lo irreversible.

Como Mr. Bean es muy empecinado, no ha aprendido nada de la historia, de la historia más reciente: recuérdese que hasta semanas antes de la caída del Muro, intelectuales campanudos y prestigiosos analistas de la situación internacional recordaban a Occidente que debía transigir ante el comunismo, un fenómeno al que no se podía derrotar sino, en el mejor de los casos, contener. Zapatero, seguro, habría dicho lo mismo. Nos ha tocado un presidente incapaz: tranquilos, hay cosas peores.

¿Y ese determinismo ante la situación en Euskadi tiene algún fundamento? Por supuesto que no. Lo del nacionalismo vasco no es más que un dique, de barro y paja, que momentáneamente ha detenido el fluir de la historia, un verdadero Amazonas, que un buen día arrasaría ese dique minúsculo para rechifla de quienes lo construyeron. Lo mismo ocurre con el sarampión catalán. Muchos de los 500.000 votantes de ERC en las Generales del 14 de marzo no tiene la menor intención de independizarse de España, pero les molestaba el tonillo, el talante, de José María Aznar, especialmente del Aznar de la segunda legislatura. Votaron a ERC para chincharle.  

Rajoy es incapaz de caer en la cuenta de que si subiera a la tribuna de oradores del Congreso y dijera algo así como Señores, España está cerrada, su éxito sería fulgurante. Y debería añadir: Por lo que respecta al Partido Popular, el proceso autonómico ha concluido, e incluso debería darse marcha atrás en algunos puntos, como el de las policías autonómicas. Serían muchos los españoles que aplaudirían con ganas, españoles de izquierdas y de derechas.

Ocurriría lo mismo que narraba cierto banquero español: cuando se produce un cambio en una cúpula de una gran empresa, y llega un nuevo que sustituye a un veterano, todos predicen que no logrará formar su propio equipo, que la sombra del destituido pesará sobre él, amenazadora, buitresca. Lo cierto es que se caen las viejas glorias en 24 horas y no ocurre absolutamente nada.

Pues, con el nacionalismo igual. Es más, una actitud menos centro reformista le atraería a Rajoy muchas más simpatías que esa ambigüedad permanente, esa paralela de la nada, que es el centro reformismo. No entro ni salgo en si España necesita profundizar sobre el centralismo o sobre su contrario en el momento presente. Lo que digo es que más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo. O sea, que uno puede ser de derechas o de izquierdas, pero eso del centro reformismo es una mariconada de mucho cuidado.

Eulogio López