Los analistas bursátiles parecen haberse puesto de acuerdo: la bolsa está baratísima, así que hay que comprar. Al mismo tiempo, añaden la coartada más habitual: aunque este año 2003 aún será malo. La conclusión del inversor (o sea, especulador) es muy simple: entonces, venderé ahora mismo y compraré en diciembre. Lo cierto es que el mercado tiene tantos deseos de que las cosas mejoren, que trata de engañarse a sí mismo. Se han engañado con la subida de enero, abortada a finales de mes, y se seguirán equivocando.
Los mercados financieros no han caído porque las empresas que cotizan en ellos vayan mal... porque no van mal. Cae porque la especulación acaba estallando, como todo globo hinchado. La especulación es la causa de su caída, y su monstruoso tamaño lleva a concluir que el desastre bursátil es bueno, no malo. Simplemente, la especulación internacional remite y las bolsas dejan de fastidiar a la economía real. En principio, no hay ninguna razón para entrar en el mercado.