La justicia tiene una nota distintiva que no comparte con otras virtudes, y es que el sentir primario suele ser, al mismo tiempo, el más profundo, el más justo, el definitivo. Ese sentido primario es el que nos dice, a legos en la materia jurídica, como yo, lo que es justo y lo que no lo es. A esta nota distintiva podríamos calificarle como la ley natural de la justicia, y sólo la ausencia de ecuanimidad, los intereses creados y, sobre todo, las filias y las fobias, pueden modificarlo (no lo hacen muchas veces: las últimas investigaciones concluyen que tan sólo en el 99% de los casos).
Pues bien, ese sentido primario de la justicia, me lleva a concluir que en el llamado Caso Urbanor, los ‘Albertos' engañaron a sus socios. Por eso el Tribunal Supremo les condenó. No me gusta que a nadie, ni pobre ni rico, se le prive de libertad y entre en el submundo carcelario. Ese sentimiento, tan alentado desde algunos medios tiene algo de aquella definición del comunismo, que siempre me ha parecido la socialización de la envidia. Ahora bien, tampoco puede ser un jurado, sea aquello que definía Noel Clarasó: "Grupo de personas que se reúnen para decidir cuál de los dos abogados es el mejor". Al final, los ‘Albertos' se libran de la cárcel por una discusión de leguleyos sobre los plazos de prescripción de un delito. Es decir, se libra por una cuestión formal, no por la almendra de la cuestión: si robaron o no robaron a sus socios. Y eso, desde luego, favorece la impunidad.
Otrosí: el muy alto TC se ha pasado años para decidir cuándo prescribe un delito. En resumen, que su fallo ha sido injusto por dos vías: por lento y por complicado. El TC lleva mucho tiempo formado por cuotas políticas, que son como tan estúpidas y sectarias como las que se imponen por razón de sexo. La señora presidenta del TC -aunque no se haya ocupado directamente de la cuestión-, María Emilia Casas Bahamonde es un ejemplar vivo, arquetípico, de esa justicia injusta: lenta, complicada... y de cuota. De cuota socialista, se entiende.
El resultado de todo ello es el "todo vale", antes conocido como impunidad, una de las patologías sociales más extendidas del mundo. En el mundo de la justicia, el ‘todo vale' se entiende así: lo importante no es que haga el mal, sino que no te pillen. Al progresismo, lo único que le importa es que se cumplan las leyes, podrá bastarle, pero a ningún hombre de bien puede satisfacerle, especialmente cuando lo que busca es justicia, es decir, recibir lo que le corresponde. Porque las leyes no tienen nada de objetivas, hay que interpretarlas.
La otra conclusión es que para el Gobierno Zapatero (y también para el Gobierno Aznar, que conste), hay una justicia para ricos y otra para el resto de los seres humanos. Los casos de Emilio Botín con las cesiones de crédito, el de Marsans-Aerolíneas (Díaz Ferrán y Gonzalo Pascual) y ahora el de los ‘Albertos', así lo demuestran. Es más, demuestran otra cuestión: que si estás con el Sistema, los tribunales pueden incluso condenarte, pero nunca te derrotarán. El problema, por ejemplo, de Mario Conde o de Javier de La Rosa -y no digo que ninguno de los dos fuera inocente- se debieron a eso: a que desafiaron al Sistema. ¿A qué Sistema? Al Sistema del poder, preferentemente político y mediático.
¿Justicia? Sólo creo en la Divina.
Eulogio López
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