Los desastres no se arreglan con regulaciones. Regular un desastre es como vestir a una mona de seda. Las unificaciones de créditos son un desastre en sí mismas, porque lo único que hacen es introducir en el cómputo la comisión de un segundo intermediario, es decir, aumentar el coste del dinero para el destinatario final, que no es otro que el particular, esto es, el prestatario.

Los que no deben existir son las empresas unificadoras de crédito, porque eso aumenta artificialmente el coste del crédito, por lo general a costa de alargar el vencimiento. Lo mejor, lo más lógico, es convencer a la gente de que su capacidad de endeudamiento de hoy puede disminuir mañana, y que la norma de oro de la actividad crediticia consiste en no pillarse los dedos en el largo plazo. A largo plazo, podemos estar muertos o, lo que es peor, podemos estar en la miseria.

Y no: la forma de luchar contra la inflación de créditos no es restringir el crédito. El Estado no debe pensar por el individuo ni tan siquiera para cuidarle (cuando se supone que trata de ayudarle es cuando el Estado resulta más peligroso). No, hay que respetar la libertad de individuo, incluso su libertad de endeudarse más allá de lo que aconseja la prudencia. Como mucho, el Estado sólo debe entrar a la hora de dictaminar las cláusulas abusivas del banco hacia sus clientes, pues las entidades se aprovechan de su mejor conocimiento de las prácticas crediticias que el cliente.

En las actuales empresas unificadoras de crédito hay de todo, como en botica: profesionales más o menos honrados. Incluso uno de ellos, el más importante de España, le ha plantado cara al inefable Luis Pineda Salido (nada de bromas con su apellido, por favor), el chico de Ausbanc, y se ha negado a anunciarse en sus revistas de defensa, ¡oh sí!, del consumidor. Pero todos ellos, los buenos y los malos, los honrados y los usureros, son absolutamente innecesarios. Y es que vivimos en la era de los intermediaros innecesarios. Recuerden que las empresas de trabajo temporal (ETT) no son más que eso: un intermediario innecesario que siempre favorece al empresario y nunca al trabajador. Y recuerden que las ETT se han convertido, en 25 años, en verdaderas multinacionales dedicada hoy al mecenazgo (¡Qué buenos chicos!). En una década, podremos encontramos en las más lustrosas avenidas madrileñas, carteles anunciadores del siguiente cariz: Entidad de Reunificación de Crédito de España. Las ya en ese momento famosas "ERCE". Para mí que Emilio Botín pondrá en marcha la más grande de todas las ERCEs, especialmente dedicada a unificar todos los créditos que una misma víctima, perdón, cliente, tenga con las distintas firmas del banco de Santander. Y sin comisiones, oiga, aunque con un ligero demarraje de tipos. Mientras Salido, no lo duden, aconsejará a todos sus lectores que se marchen a la ‘erce' del Santander.

Dicho esto, el anteproyecto de ley que el Gobierno español aprobó el pasado viernes 11 sobre reunificación de créditos deja casi todo a la libre concreción de las comunidades autónomas, lo que puede terminar en el caos normativo en el que, al menos en materia económica, se ha convertido la España autonómica. El único encanto que puede percibir en un proyecto de esta especie consiste en reducir los costes de apertura, cancelación o amortización privada de las reunificaciones. Porque estamos hablando de un negocio innecesario y de unas prácticas preferentemente burocráticas. Su valor añadido social es nulo, pero su coste social puede ser tenebroso, sobre todo para las economías menos pudientes (las pudientes nunca se quedan en descubierto).

Lo que no acabo de entender es esa morbosa atracción que el progresismo ha sentido siempre por la especulación. A lo mejor es porque la especulación ha proporcionado mucho dinero a los progres.

Eulogio López