Ha sido presidente por accidente, gracias al mayor acto terrorista y criminal de la historia española, al 11-M. Si no fuera por ese atentado, el hombre al que el Congreso está invistiendo como nuevo presidente del Gobierno de España, en relevo de José María Aznar, no habría llegado a La Moncloa. Por ello, su principal empeño durante el discurso de investidura fue negar esa verdad evidente. Nos tememos que toda su legislatura consistirá precisamente en eso: en seguir negando una verdad evidente. Durante el debate de investidura, Zapatero explicó su triunfo electoral como resultado del "deseo colectivo imparable", de la "voluntad de cambio" de los españoles. Miente, y él lo sabe. Ese deseo y esa voluntad han estado muy lejos de ser un proceso paulatino, una lluvia fina que fuese calando en el cuerpo social. Por contra, ha sido un chaparrón, una inundación producto de la conmoción del 11-M. Hasta el atentado, todas las encuestas daban la victoria al Partido Popular; en tres días, del 11 al 14 de marzo, Rajoy perdió las elecciones.
Horas antes de que subiera a la tribuna del Congreso de los Diputados, en la madrileña Carrera de San Jerónimo, la televisión Al Arabiya (hay una serie de televisiones árabes que se han convertido en portavoces del fundamentalismo islámico bajo la más eficaz de las máscaras: la objetividad informativa) emitía un vídeo de Al Qaeda en el que, de forma indulgente, proponía un pacto a los países europeos: no atacarles (es decir, no asesinar con atentados terroristas como el del 11 de marzo), si ellos no atacan al Islam. ¡Cuánta bondad!
Hay que decirlo claro: los islámicos están crecidos. Si asesinando a 191 inocentes en cuatro trenes de cercanías madrileños consigues cambiar gobiernos, dividir a Occidente (Europa frente a Estados Unidos, aunque la división ya venía de antes) y, sobre todo, amedrentar a los líderes europeos para que rehuyan el conflicto a toda costa, entonces, el asesinato, el terrorismo, se vuelve eficaz. Ese es el mensaje que España lanzó al mundo no el 11-M, sino el 14-M con la elección de Zapatero. Porque el diálogo es la primera medida de un político. La diplomacia siempre debe preceder a las armas. Es más, si no hay más remedio que renunciar al diálogo y defenderse, contra el terrorismo no se puede emplear, como ha hecho George Bush, el ejército sino la policía, la información. Ese ha sido el error de George Bush y, por eso, se ha metido en el avispero de Iraq. Por eso, produce una cierta risión escuchar a Zapatero hablar de que España cumplirá todos sus compromisos en pro de la seguridad internacional con la "única condición" de que se haga bajo el paraguas ONU. Por dos razones: porque al final son las tropas norteamericanas las que acaban haciendo la tarea y, porque, por otra parte, son los nuevos aliados del Gobierno, Francia y Alemania, especialmente la primera, quienes están boicoteando una resolución de la ONU felices del lío en que se ha metido el inquilino de la Casa Blanca.
Iraq fue un error que se está pagando con sangre. Ahora bien, el líder mundial que con más ahínco se opuso a la guerra fue Juan Pablo II, que llegó a emplazar a Bush ante su conciencia, ante el mundo y ante la historia. Pues bien, es ese mismo líder quien ahora pide al mundo, especialmente a Occidente, que se involucre en Iraq. La guerra de Bush contra Iraq fue un error y una injusticia, basada, además, en la mentira, pero ahora que el mal está hecho, nadie puede mirar hacia otro lado. Pero es que los líderes europeos no están dispuestos ni tan siquiera a equivocarse, no están dispuestos a enfrentarse al fanatismo islámico que pretende destruir Occidente. Entre esos líderes, que han hecho de la elusión de responsabilidades, y, por qué no decirlo, de la cobardía, su ideario político, figura el nuevo presidente del Gobierno español.
Por cierto, el primer rehén italiano ya ha sido asesinado. Para los españoles, que recordamos el efecto que produjo el caso Miguel Ángel Blanco (hay un antes y un después del asesinato del concejal Blanco en la lucha contra el terrorismo etarra, lo que dio en llamarse el Espíritu de Ermua), sabemos lo que significa, tanto el video de Ben Laden como el asesinato del secuestrado italiano, porque hasta entre terroristas hay grados, y el asesinato a sangre fría de alguien con quien has convivido, al que has mirado a la cara y escuchado sus peticiones de clemencia, representa una nueva escala en la barbarie. Y frente a todo esto, ¿qué ha propuesto Zapatero en su discurso de investidura de la mañana del jueves? Pues, la respuesta francesa: diálogo y ONU. ¿Se puede dialogar con quienes asesinan a sangra fría y chantajean a todo Occidente?
Respecto a que la ONU se comprometa en Iraq, hablemos claro. Hay que intentarlo a toda costa, pero los norteamericanos advierten que en las recientes misiones ONU, por ejemplo en los Balcanes, Naciones Unidas ha sido incapaz de coordinar una fuerza militar lo suficientemente conjuntada para imponer la paz en zonas especialmente difíciles. En otras palabras, no es lo mismo Somalia que los Balcanes, ni tampoco pueden compararse los propios Balcanes con Iraq.
Está claro que Europa es un continente decadente y que la salvación, a pesar de todos sus errores, que son muchos, viene de América o no llegará de ningún lado. Juan Pablo II, el mejor analista internacional, ha marcado el camino. El Papa ha sido el primero en denunciar la guerra injusta de Bush y el primero en decir que la alternativa a Norteamérica no es abandonar a los norteamericanos a su suerte, porque, al final, lo que ha hecho Occidente es el cristianismo, lo cual implica dos principios: la persona es sagrada porque es hija de Dios y la persona es libre. Ni tan siquiera el mismo Cristo se permite violar esa libertad. Oriente, por el contrario, es panteísta (la consecuencia social del panteísmo en el mundo de hoy es el ecologismo) y por ese panteísmo en Oriente se considera que la persona no es más que un sumando del colectivo, del todo.
Zapatero, en suma, ha entronizado la política cobarde, copiando lo creado en el Eje París-Berlín. Pero es que hay algo más. Al igual que franceses y alemanes, está viviendo en un lamentable Síndrome de Estocolmo. En España, el Síndrome se vivió con especial virulencia en el "Todos contra el PP" (por cierto, no lo sabía, pero me he enterado durante un reciente viaje a Barcelona, que ese era el lema de las manifestaciones ante las sede del PP en Barcelona, el sábado 13 de marzo), ocurrido entre el 11 y el 14-M. Tres días en pleno síndrome, cuyas consecuencias se retrasan hasta hoy: el malo no eran los asesinos islámicos, sino el PP que había seguido la estela yanqui (e insisto, hizo mal en seguir a la Casa Blanca y no la voz de su conciencia, pero eso no justifica a la izquierda española). En toda Europa también se vive ese Síndrome de Estocolmo, que mantiene a los ciudadanos de Occidente secuestrados, amenazados y chantajeados, ante el fanatismo islámico y la izquierda asiática (sí, hay otro enemigo, el panteísmo que viene de Asia, sea el panteísmo capitalista de Japón o Hong Kong, o la tiranía comunista-capitalista del régimen chino, la quinta parte de la humanidad y la mayor tiranía del planeta).
Por lo demás, en el discurso de la mañana del jueves, Zapatero ha vuelto donde solía, al progresismo ramplón: matrimonios gay, más abortos, investigación con embriones humanos, escuela pública, feminismo y compañía. Porque eso es lo más grave del nuevo Gobierno: que no es de izquierdas, sino progresista. Es decir, que mientras promete rebajas de impuestos a las grandes empresas (algo que nadie, ni la derecha, le había pedido) mantiene ese mandamiento progre que se puede resumir en el eterno: Abajo los curas y arriba las faldas.
Un detalle: ¿Cuál se el personaje más odiado, después de Aznar, claro está, del Zapaterismo?: el alcalde de A Coruña, Francisco Vázquez, con carnet del PSOE desde mucho antes que el nuevo presidente del Gobierno, y con todo el apoyo popular del mundo. Sencillamente, Vázquez es socialista y defensor de la vida, opuesto al aborto. Y eso, los progre-cobardones no pueden permitirlo. Nunca jamás. Al parecer, además de un nuevo talante, Zapatero debería ofrecer algo del viejo talento.
Por otra parte, Zapatero define así su credo : "Ansia infinita de paz, amor al bien y mejoramiento social de los humildes". Me niego a tomarme a chacota tales afirmaciones. Es más, le felicito por haber usado ese lenguaje en la tribuna de los oradores en el Congreso de los Diputados. Ahora bien, no se concibe muy bien que, en el mismo discurso, setenta minutos de duración, Zapatero conjugue el amor al bien con el visto bueno al destripamiento de embriones humanos, o la ansia infinita de paz con la campaña revanchista, "hacer leña del árbol caído", con la que los suyos se han apresurado a instalarse en el país.
Eulogio López