Javier González Ferrari, ex director general de RTVE con Aznar y ahora presidente de Onda Cero, una empresa con más de 800 trabajadores, miembros del Grupo Planeta, propietario de A-3 TV, La Razón y el grupo editorial más importante del país, se ha visto obligado a pedir amparo a la Federación de Asociaciones de Prensa de España (FAPE) y a la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), porque un confidencial de Internet, PR Noticias (www.prnoticias.com), editado por una microempresa en una redacción de 40 metros cuadrados, ha publicado una información que Ferrari considera plagada de gravísimas injurias y calumnias. Ya sé que a ustedes les parece de coña, pero, créanme, no me estoy inventando nada (como decía un viejo maestro de redactores: yo sólo miento en el periódico). Así, como suena: Ferrari, en lugar de decirle a su equipo jurídico que se vaya a los tribunales, pide amparo a la Asociación de la Prensa. La felonía de la pulga acongoja, enerva y zahiere al pobrecito elefante.
Más. Un periodista de un medio de Internet solicita cubrir una información en el Congreso de los Diputados. Para ello se dirige a los correspondientes equipos de prensa, quienes, naturalmente, niegan a los confidenciales de Internet una acreditación permanente de la que gozan medios de mucha menor audiencia, pero calificados como tradicionales, así como los medios electrónicos poco molestos. Pues bien, cuando llega se encuentra con que ha sido acreditado como representante de otro medio informativo en el que simplemente colabora como columnista. A los confidenciales no hay que darles carta de naturaleza.
De lo que les estoy hablando es de la campaña de acoso y derribo (sobre todo derribo, porque lo de acoso se ha quedado en el terreno de lo escabroso, oiga, y por ese lado poca tela marinera hay que cortar) contra los confidenciales de Internet. Los acosadores son el Gobierno y los grandes editores. Los acosados son los confidenciales, más que los diarios electrónicos, porque estos están dentro del Sistema, mientras que los confidenciales, lo que los norteamericanos llaman weblogs, resultan incontrolables. Es lo mismo que un acorazado y una lancha motora. El acorazado es más poderoso, pero también más visible. La lancha no tiene su potencia de fuego, ciertamente, pero puede hacer daño y es más difícil localizarla y hundirla.
Y se tienen repartidos los papeles en esta caza y captura del confidencial: el Gobierno intenta quitarles información (por ejemplo, para acudir a los centros de información oficiales), al tiempo que presiona a las grandes empresas para que retiren su publicidad de los confidenciales. Por su parte, los grandes editores no admiten a los confidenciales en el selecto oligopolio que han creado los multimedia, en España y en todo el planeta, al tiempo que aprovechan sus medios para insultar, denigrar y calumniar la información libre de la Red, de la misma forma que intentaron paralizar la prensa gratuita.
Toda campaña comienza por el descrédito de la víctima. Por de pronto, a los confidenciales se les llama así, confidenciales. La nota en la que Ferrari solicita amparo a FAPE y APM habla de supuesto medio de comunicación. Es decir, no existes. Como decía recientemente un político (no digo quién porque no me da la gana hacerle publicidad) a los alumnos de una universidad madrileña: Los banqueros no dejan de leer esos confidenciales de la Red que sólo dicen mentiras. Y si dicen mentiras, ¿por qué los leen? Porque así, al pronto, a mí me parece que el estilo habitual de los confidenciales es plúmbeo, heavy metal, mazacotes, concentrados, sin concesiones a la vista, sin grafismo, puro texto, a veces largos textos, encima comprometidos, panfletarios (en el mejor sentido del término, el genuino, es decir, un escrito que defiende una tesis inequívoca), que no hablan de modelos de pasarela ni de amoríos, sino de política, economía, pensamientos, empresas informativas, etc. Hay que tener ganas de leer algo tan aburrido.
Es más, tanto el Gobierno Zapatero como los grandes editores, es decir, los calumniadores, distinguen entre periódicos electrónicos y confidenciales. Periódicos electrónicos serían aquellos que distinguen la información de la opinión. Los otros son miserables chantajistas -como afirmó Juan Luis Cebrián- o basura cibernética según Pedro José Ramírez-. Es decir, lo que nos vende Zapatero y los grandes editores, nunca tan unidos como ahora, contra el enemigo común de Internet es el viejo periodismo objetivista, aquel que ha terminado con la verdad en el periodismo. Aquel que se consideraba notario de la actualidad, y ya se sabe que el espíritu notarial es el de las grandes tragaderas, aquel que más concierne y agrada al poderoso. Frente a este periodismo está el periodismo de Internet, el de los confidenciales, que explican la realidad aún con el riesgo cierto de equivocarse y de dejarse llevar por filias, fobias o intereses, pero yendo al fondo de las cuestiones. Pero no se preocupen, que el lector no es tonto y sabe distinguir. En definitiva, los confidenciales de Internet molestan al poder, y el poder está haciendo todo lo posible para masacrarnos, incluso solicita amparo a la Asociación de la Prensa.
¿Por qué el Gobierno? Porque en la Red se habla con mucha más claridad sobre los políticos que en los medios del Sistema, del lobby informativo, donde cada uno juega el papel que previamente se le ha asignado, como progubernamental u opositor (en el campo económico no hay oposición: todos los grandes multimedia están con el poder económico, y sino, reparen en el caso de las cesiones de crédito de don Emilio Botín).
¿Por qué los editores? Porque en un mundo informativamente saturado, donde el problema no es la falta de información sino el exceso, donde lo terrible no es el hambre informativo sino el empacho, la única información que tiene valor añadido es la exclusiva. El Mundo de Pedro José no sería nada sin las exclusivas. Digamos que un 1% de su información es exclusiva y el resto es... la que ofrecen todos los demás. Ese es el problema: la prensa gratuita les quita dinero, pero los confidenciales les empezamos a quitar influencia, porque los confidenciales se basan en la exclusiva, sea la exclusiva del dato o la exclusiva de enfoque. Y eso, Pedro José no puede permitirlo.
Y hay otra razón por la que los grandes editores, los Señores de la Prensa, se han revuelto contra los confidenciales: porque son los primeros que se atreven a criticarles ¡a ellos! Y claro, eso no puede ser. No se dejen engañar por el boxeo de salón, por el combate amañado de los rifirrafes, pongamos por caso, entre El País y El Mundo, por citar el ejemplo arquetípico español (aunque la batalla contra la información por Internet se está produciendo en todo el planeta). Simplemente, muchos han caído en zona nacional y otros en zona republicana, pero todos están dentro del Sistema y saben dónde están los límites de su pugna. Del mismo modo, ¡ay dolor!, que los periodistas de todos los medios de comunicación tradicionales saben perfectamente que no vivimos tiempos de censura, sino de autocensura, y que sin que nadie les diga nada saben perfectamente cuáles son las teclas que no deben tocar o, lo que es peor, de qué forma no las deben tocar.
Internet es un paraíso de la libertad informativa y un manicomio donde se da cita lo mejor y lo peor. Siempre ocurre lo mismo con las escasas instituciones realmente importantes. Por ejemplo, en la Iglesia está lo mejor y lo peor... buena prueba de su relevancia eterna.
Pero tranquilos, ni Zapatero ni los grandes editores, ni los grandes intereses económicos, van a ganar esta batalla. A pesar de todas sus armas, son gigantes con pies de barro. En España, nuestros periódicos sobreviven gracias a los regalos que les acompañan, mientras nuestras cadenas de televisión se hunden en el aburridísimo lodazal de la frivolidad. Ocurre lo mismo con los ciclos económicos: parece que las grandes empresas siempre triunfan, hasta que se desmoronan y nos encontramos con que lo único que quedan son pymes, simplemente porque la gran empresa es inhumana, un espejismo de poder. Y esto no es menos cierto porque Pedro José, Janli o el mismísimo Polanco no se hayan enterado.
Eulogio López