Sr. Director:

Asisto impresionado al debate público que se está produciendo con la dramática muerte de Mari Luz Cortés. Y más impresionado todavía, si cabe, al leer y escuchar en todos los medios cómo se trata la pederastia como enfermedad.

Parece que esta sociedad no quiere enfrentarse con la principal realidad fundante de la democracia occidental: el ser humano es libre. La libertad hace que una persona conozca y quiera realizar tocamientos a una menor, e incluso violarla, para obtener satisfacción sexual. Una abominación, desde luego. Pero quien obra de tal modo no lo hace impulsado por una enfermedad, sino por una deformación de la libertad que le lleva a seguir un impulso interior ayuno de racionalidad.

Es lógico que este tipo de personas puedan padecer alguna enfermedad psiquiátrica. Pero si resultan condenados por la comisión de delito tipificado en el Código Penal lo es porque son perfectamente capaces de asumir sus obras. El pederasta no es un enfermo, aunque el pederasta puede padecer una enfermedad que deba apreciarse en la valoración de su imputabilidad.

Afirmar que quien siente placer sexual al contacto con menores de edad es un enfermo cierra las puertas a la aplicación del Derecho penal. Y parece que tal parecer subyace en la mayoría de las opiniones que hoy se pueden leer en prensa. De ahí que se barajen soluciones tales como el tratamiento psiquiátrico o la castración química. Pero no nos engañemos: el delito no es una enfermedad ni el delincuente un enfermo. De seguir este camino, no dude Vd. Sr. Director que terminaremos cerrando las prisiones y aboliendo el Código Penal porque ya no existirán delincuentes sino enfermos en macro-psiquiátricos.

Y ese día habrá muerto la libertad del ser humano: el drama de obrar libremente el bien o el mal.

Luis Aparicio Díaz

laparici@ugr.es