"Respetando a la persona se promueve la paz". Lo ha dicho Benedicto XVI. E insisto: si yo fuera director de periódico ficharía a Joseph Ratzinger como titulador, sin duda la tarea más complicada en una redacción.

Su capacidad para resumir en una frase las cuestiones más abstrusas, más enrevesadas, es algo que no dejará de asombrarme nunca.

Como cuando advirtió aquello de "Dios ama al embrión" y de esta forma cerró la puerta a todas las discusiones vanas sobre el origen de la vida, el conjunto de células, la identidad personal, la utilización de un ser humano para salvar a otro y demás zarandajas. No digo que esas cuestiones éticas no sean importantes, digo que la forma más directa de expresar la dignidad infinita del embrión es que ha sido elevado a objeto del amor de Omnipotente: "Dios ama al embrión", ergo, el embrión es intocable.

Con la frase del encabezamiento sucede algo parecido. Como siempre, Benedicto XV ha hablado sin herir -a lo mejor un día consigo imitarle- como pidiendo permiso para tomar la palabra, casi con timidez. No ha dicho -como yo hubiera hecho-: La paz social sólo se logra con el respeto debido a la persona, ¿te enteras, gilipollas? Ni tan siquiera ha dictaminado que el respeto a la persona es condición ‘sine qua non' para obtener la paz entre los pueblos. Simplemente nos sugiere que si no respetamos a la persona individual ya podemos firmar muchos tratados internacionales, docenas de alianzas de civilizaciones, que la paz no será posible.

De similar forma a como Juan Pablo II imprimió la fórmula mágica sobre la reconciliación social -"No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón (y sin arrepentimiento)"- Benedicto XVI lo adapta a la paz entre los pueblos y entre las naciones, que no se basa en tolerantes diplomáticos ni en talentosos ministros, sino en el respeto al individuo. Es lógico. A lo mucho desde lo poco. Quien no respeta al vecino, ¿qué le puede importar la guerra de Iraq o que en Sudán, el Kosovo o Colombia se masacren?

La paz no es una cuestión colectiva, social, política, sino extraordinariamente singular.

Eulogio López

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