El señor Josep Ramoneda, no tengo el gusto, sostiene en el diario El País del 31 de enero que "las religiones son inefables -se sitúan fuera de toda posibilidad crítica-. Las religiones pretenden tener la exclusiva de la verdad... pretenden tener la exclusiva de la verdad e imponérsela a todos los hombres... Las religiones entienden que la legitimidad del poder emana de Dios y no de los hombres. Estas tres características las hacen incompatibles con las bases del sistema democrático". Quizás no se necesario explicarles que aunque don Josep, en su función de librepensador, emplea el genérico "religiones", sólo hay una que le preocupa y a la que considera radicalmente incompatible con la democracia, que es la católica. Percibo que sucede esto demasiado a menudo entre los intelectuales laicos -sin duda una reiteración innecesaria- por lo que no entraré en ello. Sólo apunto que, en mi opinión, no sólo es que cristianismo y democracia sean compatibles, sino que sin cristianismo no hay democracia. Sólo la convicción de que el vecino de al lado, el analfabeto funcional, nuevo rico que regresa  todas las noches del sábado con una curda de campeonato, zafio y desagradable, maltratador de su mujer y de sus hijos, sospechoso de violación, lector de La Razón, conocido ultra y ligeramente pederasta es hijo de Dios, puede convencer a don Josep Ramoneda que sus dos votos, el suyo y el del vecino, tienen el mismo valor. Personalmente, si yo no creyera que Cristo murió en la cruz también por el borrachuzo del vecino, abjuraría del sistema democrático: mi voto no puede valer lo mismo que el de tan miserable personaje. Pero, al parecer, el hijo de Dios se tomó indecibles molestias por el susodicho, señal evidente de que su voto y el mío están en paridad de estima, uno de los requisitos básicos del sistema democrático.

En cualquier caso, las tres incompatibilidades merecen comentario aparte. Lo de inefable no está mal, pero no comprendo porque esa condición exime a las religiones de toda crítica. Por ejemplo, no impide que al señor Ramoneda el diario más importante del país le abra sus puertas -pagando, como en el chiste- a don Josep, mientras no admitiría este artículo en sus páginas. Por cada aplauso a la Iglesia en el foro público, escenario del sistema político, me encuentro cien diatribas, por cada apologista, 200 ramonedas.

La segunda incompatibilidad de la cosa democrática es mucho más divertida. Si lo he entendido bien, resulta que las religiones pretenden tener la exclusiva de la verdad e imponerla a todos los hombres. Esto segundo no precisa mucha glosa, verdad, porque pensar que la religión se impone es cosa de mucha risa. Ni en el siglo XXI ni en el XXI a de C. Es a lo único a lo que no se puede obligar a nadie: a amar. Pero la primera idea del enunciado es mucho más universal e infinitamente más tonta: se sienten en posesión de la verdad. Este gravísimo pecado laico no es más que sentido común. Si alguien ha llegado a una conclusión, si alguien adopta unos principios, es porque los considera ciertos. El que no se siente en posesión de la verdad es porque no ha llegado a ninguno, lo cual es tan inocente como preocupante, o es porque mariposea alrededor de muchas, varias de ellas contradictorias, lo cual es de necios.

La tercera incompatibilidad con la josep-democracia, también conocida como de moneda que consiste en que "las religiones", o sea los curas, entienden que la legitimidad del poder emana de Dios y no de los hombres. Y es que ya lo decía Astérix: "Esto de que los dioses se comporten como si fuesen amos tiene que acabarse". La gente es muy tonta: un poner, alguien llega a la conclusión, por millones -en todas las épocas y culturas- de que alguien tiene que haber creado lo creado, que ese alguien le ha hecho pasar de la nada a la existencia y que le mantiene en la misma, que encima se ha encarnado y se ha dejado clavar en una cruz, que tiene el poder de resucitar y que otorga la vida eterna... y sólo por estas fruslerías va a haber que conocerle el poder. ¿Sólo porque tiene el poder de dar la existencia va a pretender tener el poder político?

Lo malo es que este tipo de argumentos, tan profundos, se oyen reiteradamente en tribunas ilustradas. Personalmente, les confieso que la única solución que oteo en el horizonte es que don Josep sea nombrado Papa. Él es el único capacitado para imponer una sana laicidad.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com