Naturalmente, tras el discurso de La Manjón, que algunos dicen fue inspirado pro el quien luego sería futuro comisario para las víctimas del terrorismo, Gregorio Peces Barba, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero se presentó ante las cámaras, y con rostro transido anunció que no pensaba esperar ni un minuto más para a la acción: creaba el Comisariado que tanto apoyo popular ha cosechado para pedir su dimisión.
Sin embargo, escribí entonces e insisto ahora, en que no me gustaba nada ese exhibicionismo, -el dolor, como la elegancia, siempre se enraízan en la discreción- de una mujer que traslucía más odio que dolor. Aupado por el aplauso popular no conozco fuerza más destructiva del ser humano que el elogio- doña Pilar comenzó una carrera hacia el desatino, donde ya ha avanzado muchas yardas. Mientras, como siempre ocurre, la psicología se convertía en fisonomía, su rostro dejaba de estar ajado por el dolor para volverse crispado por la pelea permanente.
Y claro, ocurrió lo que tenía que ocurrir. A Manjón se le caía la careta cuando, hace 48 horas, tildaba a los participantes en la manifestación del pasado sábado día 4 -organizada por la Asociación Victimas del Terrorismo en Madrid, todo un éxito- como víctimas mediáticas, o afirmaba, en clara alusión a varios de los organizadores, que los hermanos (de los asesinados) no son víctimas. Oída la metedura de pata, que ya ni los más fieles podían soportar, la asociación que preside ha tratado de decir aquello de que no se le ha entendido bien, cuando lo cierto es que la gente entiende mejor el significado de las palabras que los propios términos, e interpreta peor lo que se dice que el ánimo con el que se dice.
Pero la malicia (artera y oficia, como la ha calificado Luis María Ansón) es lo de menos. No importa lo que diga Manjón (en España la mala uva no es noticia), sino por qué lo dice. Si hablo de generación Manjón es porque no se tata de un personaje, sino de una generación, nacida en España después del 11-M .Es una generación que tiene miedo, y el miedo, que diría el maestro Yoda, conduce al lado oscuro, que es la denominación que un hortera panteísta como George Lucas otorga al odio, mejor, al rencor, la pasión más peligrosa del ser humano.
La Generación Manjón, que constituye el cuerpo electoral de Rodríguez Zapatero, sufre síndrome de Estocolmo. Tiene tanto miedo a su secuestrador que le apoya, anima y alaba, al tiempo que denuncia, denuesta y ataca a sus posibles liberadores.
La cruzada de Manjón no está encaminada ni a paliar el dolor de las víctimas del 11-M (madres, no padres y hermanos, naturalmente) ni a que se haga justicia. Pocas palabras le he escuchado sobre la investigación para descubrir a los asesinos de su hijo. No, lo que Manjón desea es que se condene a la derecha, a Aznar, George Bush y a los curas que no se sabe por qué, siempre aparecen en el fregado. No hablo en coña, recordemos cuando afirmó que se marchaba de viaje en el aniversario del 11-M, porque las campanas de la iglesia más próxima a su casa le iban a recordar que le habían matado al hijo (no llegó a afirmar que el contubernio entre los neocon norteamericanos y el Vaticano eran los responsables del 11-M, pero se quedó a un pelo, y seguro que se le ha pasado por las mientes.
Ese mismo síndrome de Estocolmo es el que fuerza al ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, a poner la otra mejilla ante los desplantes del Gobierno marroquí, cuando existen sospechas fundadas de que Rabat no es ajeno al 11-M (mejor omitir la segunda sospecha, menos fundada, pero no desechable, de que también París tiene algo que ver con el 11-M, al menos por pecado de omisión). Y es el mismo Síndrome de Estocolmo el que lleva a Zapatero a ceder una y otra vez ante los nacionalistas vacos justo cuando ETA está contra las cuerdas y es posible darle la puntilla. Y es el mismo síndrome de Estocolmo que lleva a los recortes de nuestra economía a ceder ante los intereses empresariales franceses y alemanes (públicos o semipúblicos) y deshacer nuestro tejido industrial, o el mismo síndrome de Estocolmo que lleva convertirnos en los más europeístas y liberales de toda la Unión y a ofrecer la cabeza de toda la industria naval española para cumplir con preceptos europeos de los que los franceses, nuestros queridos amigos, hacen mangas y capirotes.
Y es el mimo síndrome de Estocolmo que está dispuesto a pagar la enseñanza de la religión islámica en las escuelas españolas mientras margina a las católicas. O que hace la vista gorda ante la inmigración ilegal, y violenta, llena de resentimiento hacia todo lo español, de procedencia islámica mientras se revuelve contra la inmigración hispana, con mucha más capacidad de integración. Podríamos seguir con más ejemplos, pero no es necesario.
El enemigo de la Generación Manjón es Occidente, todos los principios religiosos, filosóficos y económicos- que han creado Occidente. Un detalle: con motivo de la activación del caso José Couso, el cámara de TV José Couso que murió en Bagdad por los disparos de un tanque norteamericano. Un juez español quiere interrogar a los militares norteamericanos que iban en ese carro blindado. Pues bien, en las noticias de Radio Nacional se habla del asesinato de José Couso. Ni tan siquiera con el adjetivo presunto. Sencillamente asesinato. Me duele poner ese ejemplo dado que tengo las mejores referencias de Couso, pero me sorprende que no se juzgue con el mismo criterio no se hable de asesinato- a los iraquíes que mataron a Julio Anguita Parrado, en la misma guerra, en el mismo Iraq. Pero claro, los aquejados por el síndrome de Estocolmo suelen emplear estructuras mentales muy simples, porque el miedo embota la mente. Así, para lo aquejados por el Síndrome, el malo es Bush y todos los demás, incluido el dictador iraquí, son buenísimos, por el hecho de ser enemigos de Bush. Por tanto, lo de Couso fue un asesinato, lo de Julio Anguita, un lamentable contratiempo a manos de insurgentes que luchaban por la libertad.
El síndrome de Estocolmo fue muy tratado por Freud, que por unos días dejó de lado la entrepierna para reparar en los soldados de las trinchera durante la I Guerra Mundial. Aquellos soldados, enterrados en una franja de tierra, tendían no sólo a confraternizar, sino a identificarse con el enemigo que pretendía matarles. Y, naturalmente, su instinto más primario era el de rebelarse contra sus mandos y construir sobre ello toda una teoría sobre el patriotismo como instrumento de los canallas. Ojo, seguramente la tal teoría fue elaborada por los afectados, pero el síndrome tenía su parte de razón, pero no tenía razón: buena prueba de ello es que, terminada la guerra, la teoría se diluía como un azucarillo.
La generación Manjón es la generación actual de españoles que odia a quien le ofrece la libertad, aunque que la libertad, como decía la vieja copla, hay que saberla ganar. De otra forma, el síndrome de Estocolmo les conducirá a la esclavitud o, lo que es peor, al suicidio.
Eulogio López