En USA, Wall Street ya ha empezado a exigir más dinero al nuevo presidente con la disculpa -el chantaje-, de que ellos retienen los ahorros presentes y las jubilaciones futuras de los norteamericanos. Y Obama, que ya ha empezado a pagar, seguirá pagando... con el dinero de los demás. Todo gobernante del siglo XXI siente vértigo si no cuenta con el apoyo de quien no hace otra cosa que chantajearle. De hecho, su toma de posesión fuera recibida por Wall Street con un descenso que era también un desprecio y una amenaza. Sólo los espléndidos resultados de la deslocalizada IBM salvaron al nuevo emperador del mundo en lo que se refiere al mayor mercado financiero del mundo, el que marca la pauta a todos los demás.
En estas circunstancias, definir su discurso de investidura como socialdemócrata es una ironía que sólo se le puede ocurrir a alguien tan simple como su homólogo español, José Luis Rodríguez Zapatero.
Es la nueva economía del nuevo líder mundial: la economía plutocrática del chantaje indefinido. Lo de nueva economía no deja de tener su gracia, porque es muy antigua: Obama ha seguido desde el primer momento la estela de George Bush para afrontar el desastre especulativo en Wall Street: que paguemos entre todos a los especuladores. McCain dudó -y al final cedió- sobre los planes de rescate de Bush, pero Obama se apuntó al salvamento desde el primer momento, apoyado con entusiasmo por su segundo, Joe Biden. Sólo Sarah Palin, sin duda la política norteamericana más profunda del momento -justo lo contrario de la campaña machista con la que le fusilaron los demócratas y el lobby feminista- dio en el clavo con su famosa arenga: Los americanos tenemos que levantarnos cada día dispuestos a que no nos chantajeen con nuestros ahorros. Porque eso era, en efecto, lo que estaban haciendo los intermediarios de Wall Street y otras plazas bursátiles. Y naturalmente, como decían los geniales cómicos de La Última Risa, este embrollo se arreglará cuando los gobiernos nos paguen lo que hemos perdido -los especuladores-. Si ellos no lo quieren para gastarlo, lo quieren para seguir chantajeando a los ahorradores y mantener sus bonus. Porque recuerde: si esto se va a pique, no será el patrimonio de los especuladores el que se vaya a hacer gárgaras, sino los fondos de jubilación de sus ingenuos clientes.
Puro chantaje, que diría la gobernadora de Alaska y, como se sabe, una de las notas distintivas del chantaje es que no se termina sino con la muerte del chantajista o del chantajeado. Con la desfachatez de quien sabe que el ahorro de los ciudadanos está depositando en las cajas que ellos han esquilmado jugando al casino, en todo el mundo, los especuladores exigen que los chantajeados les resarzan. Y Obama acude presuroso en su ayuda, con la pose churchilliana de exigir sangre, sudor y lágrimas. La sangre, el sudor y las lágrimas de trabajadores autónomos, pequeños empresarios, de la clase media -la que tiene pocos ahorros- y baja -la que no tiene ninguno tras cubrir sus necesidades primarias-. La primera consecuencia de la política economía de Obama será que, al menos durante una generación, deberemos olvidarnos de impuestos bajos. Cada día seremos menos libres y cada día estaremos más en poder del Estado y a su servicio.
Las recetas de esta nueva-vieja política económica son las mismas, aunque con distintos nombres, a ambos lados del Atlántico: en EEUU se llaman planes de rescate, en Europa, se nacionalizan los bancos y ya está. Esta semana el premier británico Gordon Brown ya ha certificado la nacionalización de Lloyds y RBS. Curiosamente, el HSBC, primer banco del mundo por capitalización, el más especulativo de todos, se salva, por el momento, de la quema. Pero en el fondo es lo mismo: los contribuyentes, incluidos los que no tienen capacidad de ahorro, que bastante tienen con llegar a fin de mes, pagan a los especuladores que han provocado su ruina, y los políticos les apoyan con más o menos o entusiasmo.
La nueva economía es la vieja plutocracia. Nadie está aprovechando la crisis, y Obama menos que nadie, para distinguir entre economía y economía financiera y, dentro de ésta última, entre economía financiera al servicio de la economía real y economía meramente especulativa, mediante una adecuada política fiscal. Nadie ha aprovechado para subir los tipos de interés, en lugar de bajarlos ni para terminar con los apalancamientos excesivos que están destrozando empresas y puestos de trabajo. Por ejemplo, obligando a las entidades a diluir más el crédito, a repartirlo más entre pequeñas empresas, de la misma manera que se les penaliza determinados préstamos. Quiero recordar que sólo las seis grandes constructoras españolas han asumido 100.000 millones de euros de préstamos de la banca. Así, no me extraña que falte liquidez para profesionales, autónomos, comerciantes, micropymes y familias.
Los gobiernos han optado por utilizar a los bancos como el intermediario necesario para dotar de liquidez a las empresas, en lugar de hacerlo directamente, con lo que los bancos están haciendo lo de siempre: utilizar el dinero del Estado para seguir financiando a los grandes accionistas apalancados y a ser posible para refinanciarles, pobriños. O sea, diferir la solución del problema y esperar tiempos mejores.
Por todo ello, la crisis va a durar mucho más de lo previsto. Y la economía del chantaje se acentuará. ¿Cuándo terminará? Pues en un estallido, me temo: cuando el propio mercado, con el cruel darwinismo económico que le caracteriza, se cure a sí mismo. Es decir, cuando quiebren empresas en manada (los que tenían que quebrar son los bancos), se dispare el desempleo y se reduzca el nivel de vida de todos los ciudadanos. Eso sí, para ese momento los especuladores continuarán en sus puestos... especulando.
Eulogio Lópezeulogio@hispanidad.com