Hasta el momento he preferido no escribir sobre el presidente paraguayo Fernando Lugo, a quien la retranca sureña ha decidido calificar como el papá de todos los paraguayos.

Años de periodismo (vale: lustros) me han llevado a concluir que cuando la cabra tira al monte lo normal no es que haya corneado a uno sino a catorce paseantes y que también es probable que le asignen 28. Digamos que la experiencia me ha llevado a la prudencia. Por si fuera poco, también la experiencia -no sé si periodística- me ha enseñado que la lascivia es pecado más soportable que la soberbia.

Y lo de Fernando Lugo ya clama muy alto, tan alto como sólo puede clamar un esperpento salido de la teología de la liberación que, como su mismo nombre indica, ni es teología ni libera a nadie, sino que ha servido para otorgar una pretendida fuerza intelectual a todo tipo de tiranos populistas surgidos en Iberoamérica. Pasen y lean a este grandísimo cantamañanas, al que sólo le falta ya blasonar, como el recluta en la taberna, de sus conquistas -por lo general con adolescentes mental y sentimentalmente indefensas-.

Es un test para los paraguayos: o expulsan del poder a este sinvergüenza, o no se librarán, durante un par de generaciones, no de Lugo, sino, lo que es peor, del 'lugismo'. Callar ahora puede resultar la más peligrosa de las cobardías.

Eulogio López

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