Sr. Director:
Hace años le escribí a un presidente de uno de los Bancos grandes, recordándole la frase de uno de los libros Sapienciales: "Una pequeña indisposición y el médico perplejo; hoy rey y mañana cadáver".
Por cierto, ya ha muerto. No puedo estar más de acuerdo con lo que usted expresa. La codicia y el exceso de ganancias no son lícitos, por mucho que nuestra sociedad los vea bien (que, por cierto los ve tontamente bien, porque luego da lugar a revoluciones y problemas sociales, votos a unos u otros partidos, rencillas y odios muchas veces fundados ante la realidad de tanta diferencia, que no paga una justa realidad en trabajos, cargos, capacidades.Lo ha dicho repetidamente la Iglesia, que es la única que sigue manteniendo la verdad moral que tan poco gusta a nuestros contemporáneos. El fin de semana último, sin ir más lejos, comentaba con un amigo empresario sobre hasta donde llega la licitud de los beneficios en los negocios. La verdad es que le costaba entenderlo: cuando hay por medio poder, dinero o placer, la razón de los más razonables se nubla con facilidad.
Y para el que tenga dudas al respecto, le recomiendo un repaso de los números 2.401 a 2.449 del Catecismo de la Iglesia Católica, que se refieren al Séptimo Mandamiento (creo que ningún otro es tan extenso en su explicación) y también los números 2.534 a 2.550 del Décimo.
Hagan la prueba de repasarlos y, si son sinceros, inquiétense por favor. ¿Y cuando el mercado, ese rey despótico y despreciativo, hace que éstos sean los sueldos y los beneficios? Lo decía hace años un ilustre consultor de la Santa Sede, jesuita para mas señas, "entonces esos beneficios que injustamente produce nuestra sociedad, tienen que ser devueltos a ella por quien los reciba, en la medida de su desproporción o ilicitud social". "No podéis servir a Dios y al dinero".
Toda una meditación, también para ateos, agnósticos, socialistas o comunistas o quien quiera que sea. Tal vez sólo queda decir que en la mediad de nuestra realidad económica personal, sólo cabe hacer lo que recomienda el Señor después de la parábola del Buen Samaritano: "anda y haz tu lo mismo".
Eduardo Pérez
eperezh@cdlmadrid.org