En efecto, con el dolor ocurre algo parecido a la crítica habitual a la Iglesia: los templos están llenos de viejos, faltan jóvenes. Siempre he pensado que ese era, precisamente, uno de los más sólidos arquetipos de credibilidad. Me ocupa, pero no me preocupan, que los jóvenes no se planten ante el Altísimo, pero me preocuparía muchísimo más -y ya empieza a ocurrir- que haya una antepenúltima generación -ayuna de formación- cristiana- que no acudan los viejos. Porque cuando se es anciano la muerte ya no es algo posible, sino probable, inmediato, y no te puedes llamar a engaño.
Por lo demás, como también recuerda el paciente Martín Descalzo, la memez progresista (lo de memez es mío, de de JLMD- nos ha llevado a creer que, algún día, la ciencia curará la enfermedad. La verdad es que la medicina no ha alargado la vida, nos ha alargado la vejez. Además, las enfermedades que vencemos son sustituidas por otras y con una característica letal. Son más contagiosas. Pero el progre quiere creer en un indetenible progreso médico hasta la abolición de la enfermedad. Con ello, han conseguido alargar la supervivencia, más que la vida, y cuando se encuentra con miradas de enfermos seniles y distinguidos que arrastran su existencia, el progresismo decide que la mejor manera de anular tan indeseables efectos colaterales del triunfante avance científico es la eutanasia.
Hoy, Día del enfermo, es bueno también para analizar el motivo más habitual de incredulidad en la divinidad de Cristo, y que podríamos resumir así: Mi hijo ha muerto, Dios no existe. Sí, el dolor es un misterio, pero un misterio no es algo sobre lo que no podamos saber nada sino algo sobre lo que nunca sabremos todo.
Por ejemplo, sabemos que el dolor es consecuencia de la libertad, es decir, de la oposición del hombre por el mal, del pecado. ¿El dolor del los inocentes, por ejemplo de un bebé? Pues también tiene su lógica: hemos olvidado que somos una raza. Queramos o no, tanto el bien como el mal que realiza cada uno de nosotros repercute sobre todos. Fundamentalmente, sobre los más próximos. Esta no es una ley moral, es una ley vital, que afecta a todos: desde la imprudencia al volante hasta la política fiscal.
¿Y los desastres naturales? ¿Quién ha dicho que no son causa de la acción humana? En cualquier caso, el hombre es libre y Dios es justo.
Sé que estas respuestas no agotan el misterio, pero pueden darle sentido.
En cualquier caso, el Día del Enfermo es el Día de la Virgen de Lourdes. A los progres, desde Emilio Zola -que perpetró toda una costosa campaña de calumnias contra el santuario de los Pirineos-, no les gusta Lourdes. Entre otras cosas, porque es un santuario mariano, y eso no les gusta, pero también porque el tal santuario tiene un equipo de médicos -católicos, ateos y mediopensionistas- para dictaminar la posible explicación natural de una curación inesperada. Y a veces no la encuentran. Eso es algo que el progre no puede aceptar: el milagro. Por eso le fastidia Lourdes tanto como a don Emilio.
El progre dice creer en la ciencia demostrable pero sólo cree en la ideología cientifista. El progre no está dispuesto a comprobar el trabajo del Comité Médico de Lourdes por la sencilla razón de que su dogma le impide mirar la realidad y aceptar lo que no cabe en sus presupuestos cientifistas: los hechos. Es lógico, la aceptación de un sólo milagro echaría por tierra todo su cientificismo.
Hoy es un conmemoración tiste y puñetera para el progre. Y encina un santuario mariano. Con lo que fastidia eso. La única defensa del pensamiento progre imperante frente a curaciones milagrosas como las que han sucedido y suceden en Lourdes consiste en envolver los hechos en un velo de silencio mediático y ridiculizarlos sin comprobarlos, es decir, prescindiendo del método científico. En ello estamos.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com