Es muy probable que, como tantas otras veces ocurre, una Carta de la Sagrada Congregación Para la Doctrina de la Fe sea masacrada sin haber sido leída. Por lo general, las mentalidades más preclaras se enfrentan al problema de aquel crítico literario inglés, que aconsejaba no leer los libros objeto de sus críticas para no tener prejuicios al juzgarlos.

 

Técnica ésta que, por ejemplo, me ha parecido ver utilizar a la insigne Carmen Gurruchaga, quien ha terminado por concluir algo tan original como lo siguiente: El Vaticano no entiende a la mujer. Al final, yo solo he llegado a una conclusión: Carmen Gurruchaga no entiende al Vaticano y hasta estaría por asegurar que tampoco a muchas mujeres. Claro que también pudiera ser que, sencillamente, Gurruchaga hubiera pergeñado su artículo para La Razón sin leerse la Carta de la Congregación, quizás porque a los periodistas todo aquello que supere el folio (un teletipo y medio) nos resulta no sólo duro, sino, sencillamente, intolerable.

 

Al final, lo que dice la Congregación es algo tirando a sencillo, y puede resumirse, como casi todo, en una frase del genial Chesterton. "He conocido a muchos matrimonios felices, pero a ninguno compatible". Es decir, justo lo contrario de lo que pretende el más cretino de cuantos movimientos organizados han aparecido en el siglo XX: el feminismo. Lo que dice El Vaticano es que masculinidad y feminidad son tan esplendorosas como complementarias, dos elementos únicos en su género que, para bien de la humanidad, no se parecen absolutamente en nada. Nada más diferente que un hombre y una mujer. De la misma manera (también Chesterton) que el viaje más largo que puede hacer un hombre es dar la vuelta al mundo y volver a su propio hogar, así la pareja formada por hombre y mujer constituye el todo completo, un invento tan formidable que habrá que asignarle un origen divino.

 

Y entre los complementarios, no puede haber competencia, sino colaboración, a ser posible íntima.

 

Otra cosa que dice El Vaticano es que las relaciones entre dos elementos tan desiguales tienen que estar marcadas por la entrega, y no por la dominación. Aquel viejo lema de "vale quien sirve" es más aplicable al matrimonio que a ninguna realidad social o colectiva. Es la diferencia entre la tontuna del "Solas", de la ex ministra Carmen Alborch, y la película homónima de Benito Zambrano. Entre ambas "soledades" hay una diferencia: tenemos a la mujer (o al hombre, qué más da) que hace feliz a quienes le rodean porque está pendiente de los que le rodean, y tenemos el pestiño reivindicativo y plasta de la señora ex ministra.

 

También dice El Vaticano que la vida no es una lucha por el poder, ni tan siquiera por la libertad, sino una lucha por la felicidad, por la realización personal. O como diría Chesterton: "200.000 mujeres gritan: No queremos que nadie nos dicte, y acto seguido van y se hacen dactilógrafas". O como dice otro periodista amigo mío (que no es Chesterton): A estas chicas alguien les ha engañado. En cualquier caso, y desde que se inventó eso que llamamos ‘calidad de vida', hay que ser realmente tonto para fiar la felicidad personal al éxito profesional… y me refiero a ellos y ellas.

 

Anda, Gurruchaga, prenda, léete la Carta y luego escribes en La Razón. Por ese orden, digo.

 

Eulogio López

 

Carta a los Obispos de la Iglesia Católica Sobre la Colaboración del Hombre y la Mujer en la Iglesia y el Mundo