Es una cabronada para la progresía. La sangre de San Pantaleón ha vuelto a licuarse el día de su fiesta, en el madrileño monasterio de la Encarnación, muy cerquita del Senado. Son ganas de molestar, porque obliga a la gente decente, a los cientifistas, laicos, hombres de la modernidad, a investigar dónde está el truco.

 

Para nuestros amigos hispanos, hay que recordarles que la sangre de este santo, un médico mártir del siglo III, permanece en estado sólido todo el año. Luego, la noche del 26 de julio se licúa, gana en vistosidad y brillo y permanece así hasta la puesta del sol del 27 de julio. Y así, un año tras otro, con exquisita puntualidad. Y es que la malicia clerical alcanza cuotas insospechadas.

 

Afortunadamente, las religiosas que lo custodian se niegan a que los científicos, o sea, los hombres de bien, realicen análisis médicos de la ampolla que contiene la sangre. ¡Ajajá!, algo tienen que esconder, seguro…

 

Y a todo esto: ¿cómo podría un análisis explicar por qué un trozo de sangre coagulada se licúa precisamente el día 26 y vuelve a su anterior estado 24 horas más tarde, un año sí y otro también? Da lo mismo: estas monjas del demonio tienen algo que ocultar. De otra forma, la ciencia ya nos habría explicado el truco.

 

O como decía Chesterton: el creyente siempre está pronto a "comprobar su creencia", a someterse al dictamen de la razón o la experimentación. Es el agnóstico quien se niega al análisis. Simplemente: rechaza apriorísticamente la posibilidad misma de la existencia de un milagro.

 

En cualquier caso, menudo tío raro debía ser el tal Pantaleón. Eso es peor que llamarse Eulogio.

 

Eulogio López