Somos viejos conocidos y anda un poco escocido con la propensión de Hispanidad a hablar de especulación y de especuladores.
Interesante, porque ya hemos entrado en el quinto año de crisis -¡qué tiempos aquéllos!- y es la primera vez que le veo reconocer que la especulación existe. Hasta ahora me decía, cada vez que pronunciaba la palabreja, que le recordaba a los viejos marxistas de los años sesenta. Algo hemos ganado.
-Sí -asegura en vehemente refutación de una proposición no expresada-, yo soy un especulador, pero los especuladores somos los que marcamos el precio de las cosas. Y lo manifiesta con orgullo.
Es cierto. De hecho, la definición me recuerda a don Antonio Machado: "Confunde el necio valor y precio". Pero es cierto. Es el especulador quien marca el precio de las cosas, sólo que se trata de precios artificiales.
-Vosotros -le respondo- marcáis el precio de un bien, no con la intención de disfrutar el bien adquirido, sino con el objetivo de venderlo al día siguiente por un precio superior. Los bienes os queman en las manos.
Y así, podemos definir la especulación financiera como esa actividad asfixiante que, si desapareciera, no pasaría nada, absolutamente nada. Nada malo, quiero decir.
En un alarde de originalidad, mi tertuliano me califica entonces de "dogmático". La verdad es que me las pone como a Fernando VII, para soltar la cita de Chesterton: "Sólo conozco dos tipos de personas: los dogmáticos que saben que lo son y los dogmáticos que no saben que lo son".
Este es el problema del mundo actual. Mi interlocutor mucho más inteligente, con más talento, y seguramente mejor persona que yo tiene una desventaja respecto a mí: yo creo en Cristo, él sólo cree en el mercado. La fe no produce inteligencia pero sí aporta una claridad de ideas que me cuesta encontrar en el intelectual contemporáneo. Vamos, que el pensamiento moderno se caracteriza por una especie de sofisticadísima macedonia mental. Insisto: sofisticada e ilustrada.
Mi colega, sin embargo, sólo cree en el dios-mercado. Pero el problema que tiene el dios-mercado es que es un ídolo credo por el creyente, más que nada porque en el mercado es el creyente quien marca los precios, que es lo único que hay que marcar. Y los ídolos pueden ser de oro, pero es sabido que duran tanto como el oro en la misma mano. Como mucho, una generación.
En cualquier caso, esta es la historia de la economía actual y de la crisis del siglo XXI. La economía clásica intentaba producir para consumir y se vendía el excedente. La economía actual ya no es que produzca para vender, de hecho, es que no busca producir en modo alguno. Lo que busca es "marcar precio". Su objetivo no es una justa distribución de la riqueza, ni tampoco la satisfacción de necesidades, su objetivo es marcar precio con destino a la plusvalía inmediata. Así funcionan los mercados financieros.
Con el dios-mercado puede entretenerse una vida pero, jodó, ¡qué vida más tonta! Eso sí, no produce otro dogma que la avaricia. O como diría Chesterton: los árboles no hacen dogmas y los nabos son extraordinariamente tolerantes.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com