El presidente de Castilla y León, el popular Juan Vicente Herrera, es un patriota constitucional. En entrevista en Radio Intereconomía, Herrera defendió España como el sentimiento que nos une a todos los españoles, pero sobre todo, el consenso de convivencia política nacida en 1978. Una historia todavía más corta que la de los Estados Unidos.
Según Herrera, el caudal de convivencia pacífica adjudicado a nuestra Constitución es un patrimonio que no podemos echar por la borda. Un buen discurso. Pero deificar la Carta Magna resulta muy peligroso. Fijar como comienzo de nuestra convivencia 1978, nos aleja de la realidad histórica de España como la cuna del primer Estado moderno y del derecho internacional, así como una de las democracias más antiguas del mundo. España merece la pena ser defendida porque es una nación forjada a lo largo de los siglos que fue capaz de ofrecer lo mejor de sí misma en la gran empresa de la Evangelización del Nuevo Mundo.
El elemento aglutinador no es la Constitución, elemento fundamental, pero accesorio. La base de nuestra convivencia como nación y comunidad política es la misma vivencia de un mismo Dios providente y padre. Y esa manera de ser español, descrita por García Morente, de actuar con más pálpito que cálculo, entender la vida como un paso hacia la definitiva, admitir y acepar el perdón y la posibilidad de comenzar desde cero una nueva vida. Lejos de la mentalidad puritana, el español festeja la fiesta, vive la vida y muere, porque no muere. Lo demás son realidades administrativas que sobrevivirán en la medida en que se adecuen a la realidad vital. Quizás, por eso, el melón autonómico está permanentemente vivo.