En primer lugar, habrá que constatar que el Papa hablará de lo que le venga en gana. Si considera oportuno referirse a una España moralmente degenerada -no por culpa del Zapatero a quien sólo puede achacársele la inmoralidad de sus leyes- sino de todos los españoles, lo hará. Ha heredado de su antecesor la costumbre de nadar contra corriente, que es la obligación del obispo de Roma en un mundo cristófobo.
Pero la JMJ provoca odios. Por ejemplo, es sabido que miembros del movimiento 15-M intentarán reventar los actos de la JMJ, especialmente el acto central: la vigilia de los jóvenes con Benedicto XVI.
Lo que más me ha sorprendido es que cuando he hablado con la organización parece importarle poco el sabotaje. Es lo bueno que tiene el abandonarse en las manos de Dios. Se trata de poner los medios para hacer las cosas bien sin preocuparse de quienes pretenden hacer las cosas mal.
Ahora bien, la JMJ es, como la letra M indica, mundial, por lo que el Papa se referirá a los jóvenes de todo el mundo, con representantes de todo el planeta… sin importarle las mezquindades de algunos españoles.
Además, "cuanto más cerca está la gente, más tiende a separarse", asegura Benedicto XVI sobre la globalización. Al separarse las personas se unifican los tópicos, los pensamientos y los modos de vida. A Cristo le gusta lo eterno mezclado con lo cotidiano, la unidad en la doctrina, porque Dios es uno, y la diversidad es entre hombre, hábitos y culturas, porque la diversidad humana es espléndida, como lo es la diversidad de la creación, de la naturaleza.
El cristianismo es global porque todos los hombres están llamados a ser hijos de Dios -por eso deben ser hermanos entre sí, porque cada uno de ellos tiene un padre común-, pero cada uno expresa su fe, es decir, su amor a Cristo, como le viene en gana. El progresismo pretende justo lo contrario: un sincretismo incoherente, donde todas las religiones son iguales y todos los dioses intercambiables, al tiempo que nos obliga a consumir las mismas marcas, comer los mismos alimentos publicitados, mantener los mismos horarios y rendir culto a los mismos modos de vida.
A Benedicto XVI podrán matarle, pero no censurarle. Ni los saboteadores ni los uniformadores.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com