Son jóvenes, por tanto, gente que está pasando, o acaba de pasar, de la infancia a la vida adulta por el sinuoso camino de la adolescencia que, cuanto antes se supere, mejor.
De hecho, la adolescencia de las nuevas generaciones se prolonga de forma peligrosa. Buena prueba de ello es que uno de los insultos más habituales, especialmente entre mujeres y pedagogos, es el de inmaduro.
Aseguran los más que es porque los jóvenes de hoy lo han tenido muy sencillo. No lo creo. Tienen más cosas, ciertamente, pero, por ejemplo, se les exige mucha más formación para conseguir un empleo precario.
Ahora bien, ¿qué es la madurez? En el fondo es algo simple, al menos desde un punto de vista cristiano. Las tres etapas de la vida de la persona son éstas: una primera, niñez y primera adolescencia, caracterizadas porque alguien se ocupa de mí. Generalmente los padres pero, en cualquier caso, todos trabajan para mí. La adolescencia es, o debería ser, el momento en que el hombre lucha por valerse por sí mismo, para no ser una carga para los demás. El salto a la vida adulta, con el trabajo de la juventud, viene cuando la persona, no sólo se convierte en autosuficiente sino que, además, se ocupa de terceros. En definitiva, una persona adulta es aquella que vive para los demás. Eso, al menos, es la madurez cristiana. Su relación con la vocación cristiana que, insisto, es a lo que deben venir los jóvenes a Madrid, es evidente. Sólo hay dos tipos de personas: los más felices son aquellos que se olvidan de sí mismos y piensan en los demás. E insisto en que el matrimonio es una vocación católica y muy compleja. Pero la vocación no viene, se asume de forma libérrima.
Las ilusiones juveniles sólo son de Cristo cuando tienen por objeto a los demás, no uno mismo. Un detalle: la escasa natalidad de los matrimonios, también de los matrimonios cristianos es síntoma de poca vitalidad, de escaso amor por la vida, ciertamente, pero también de que falta el principio primero de la madurez: dar la vida por otro. Muchos padres actuales son verdaderos mártires, es decir, dan su vida por Cristo y por el prójimo, porque han decidido tener muchos hijos, y el bebé es el mejor instrumento de madurez para hombres y mujeres: es el más dependiente de los seres humanos.
En cualquier caso, ¿cómo saber cuál es mi vocación, mi paso a la madurez? Muy sencillo, con el famoso "¿Señor qué quieres de mí?" Él siempre responde, y siempre lleva hacia la madurez de la misma forma: fija el objetivo en el otro.
Eulogio López
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