Dos años después del maremoto, más de 160.000 personas siguen viviendo evacuadas en la prefectura de Fukushima

Kisho es un agricultor  japonés de viudo de 68 años que aún lucha contra sus recuerdos. El terremoto de nueve grados Richter que sacudió la costa de Japón y que originó un devastador tsunami cambió su vida para siempre el 11 de marzo de 2011. No sólo perdió todos sus bienes y su forma de vida, también a su anciana madre. Hace unos días, junto al resto de sus vecinos  en el barrio de casas prefabricadas en el que vive en Iwate, participó en el minuto de silencio que paralizó Japón a las tres menos cuarto, la hora exacta en la que se inició la catástrofe que causó mas de 18.500 muertos y desaparecidos. Como para todos los japoneses,  hay un antes y un después de aquella fatídica fecha, que pronuncian en voz baja, con respeto.  

Nada ha sido igual para Kisho desde que el agua asolara sus tierras en Namie, localidad muy cercana a la central nuclear de Daiichi, en la prefectura de Fukushima. En menos de dos años se ha desplazado seis veces. La huida al principio era hacia arriba, siempre hacia arriba, en un país que está prácticamente al nivel del mar. "Estaba en una zona próxima a la costa, en el campo, cuando vi que venía el agua, subí hacia arriba, hacia una colina, cuando la ola se retiró no quedaba rastro de nuestras casas, después nos ubicaron en una escuela, al día siguiente tuvimos noticias del riesgo de explosión de la central nuclear, y hubo que ir tierra adentro, con aquel tremendo colapso de tráfico". Luego llegó el largo peregrinar de lugar en lugar, hasta llegar a su pequeña casa prefabricada de Iwate.


En un país donde los terremotos son algo habitual, una de sus vecinas, profesora, se responsabiliza aún ahora de la muerte de sus alumnos por haberlos mandado a sus casas cuando se dio el aviso en lugar de haberles hecho subir por alguna cuesta como hizo Kisho, hacia arriba…"Si entonces supiera lo que sé, aquello no habría ocurrido", repite. Otros vecinos afirman que recordaban un terremoto en Chile en 1960, y el aviso del "riesgo de tsunami en Japón. Como entonces no pasó nada, sólo un poco de agua, la gente no hizo caso de los avisos. La palabra tsunami no representaba nada para mucha gente. No sabíamos lo que era y nunca lo habríamos creído".


Nadie podía imaginar aquello. Sólo en la prefectura de Fukushima hubo 1.800 muertos y más de 100 desaparecidos. Más de 160.000 personas fueron evacuadas de sus hogares. En su mayor parte residen en otros lugares de la misma Prefectura y 7.000 de ellos, como Kisho, fuera de ella.

 

Los pescadores refugiados que viven tierra adentro son quienes peor lo pasan

Su vivienda tiene una pequeña entradita, dos habitaciones independientes, un aseo y una cocina. De estas viviendas, 134.000  han sido equipadas con kits que incluyen una nevera, una lavadora, una olla arrocera, un horno microondas y un televisor gracias a Cruz Roja de Japón y a los donativos de la Cruz Roja y a la Media Luna Roja de particulares y empresas de más de cien países, como los realizados por Inditex, cuya contribución económica ha permitido que se construyeran 52.706 casas prefabricadas y siete hospitales temporales que dieron servicio a 60.000 personas.

Kisho sólo sueña con volver a su tierra. Como otros habitantes de la zona, puede ir allí por espacio de dos horas, recoger algunas cosas, y a la vuelta someterse a los aparatos de medición radioactiva. Es presidente de la Asociación de vecinos, pero la inactividad puede con él. "Daría lo que fuera por volver a mi vida normal", afirma.

La Cruz Roja ha puesto a  disposición de Kisho y otras muchas personas como él ayuda psicológica para que superen la situación porque como señala Mercedes Babe, jefa del equipo de evaluación gran terremoto y tsunami del Este de Japón, "tener que levantarse cada  día sin tener nada que hacer puede ser una agonía. Los pescadores lo pasan muy mal tierra adentro, y además muchos se sienten culpables de no haber podido prevenir lo imprevisible".

También se les presta apoyo en la práctica de actividades deportivas, como el nordic walking, especialmente pensado para las personas mayores, residentes en las comunidades de personas evacuadas o realojadas, ya que se ha observado que sus niveles de colesterol han subido y  están engordando por la falta de actividad.

Mercedes Babe, ex directora de relaciones internacionales de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, está jubilada, pero sigue colaborando como voluntaria con la organización internacional, que le ha encomendado una misión importantísima: la dirección del equipo de evaluación externa de las intervenciones de recuperación puestas en marcha por la Cruz Roja Japonesa, con el apoyo de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja.

 



Estas dos últimas, que han colaborado con un monto de 700 millones de dólares, son quienes han encargado esta evaluación. No puede adelantar resultados, su equipo lo forman 5 personas, dos de Japón y tres de fuera del país que están obligados a guardar silencio hasta finales del mes de abril, pero ha manifestado a Hispanidad que si tiene que destacar algo del pueblo japonés es "su eficiencia, su eficacia y su rapidez". Lo demuestran las imágenes de las zonas que fueron devastadas por el terremoto y el tsunami antes y después de su reconstrucción, y la situación de pueblos como Yhamada, en Iwate, una localidad  que tenía 20.000 habitantes y ahora tiene 17.000. Hubo 604 muertos y 211 desaparecidos y 6.000 personas perdieron sus casas.  

Antes del 11 de marzo había mil niños, ahora sólo hay 800. Se han reconstruido dos guarderías infantiles con el apoyo de la Cruz Roja Japonesa y se ha apoyado la adquisición de autobuses para el transporte escolar.

También hay unidades móviles para la medición de la contaminación radioactiva, que afecta normalmente a las zonas del estómago, y pudo haber dañado especialmente a los niños por su tamaño. El Departamento de Salud y Bienestar Social de la ciudad de Fukushima está encargado del chequeo y monitorización de la población.

Señala Mercedes que "también existen aparatos para la medición de la posible radioactividad en los alimentos. La población puede llevar cualquier producto alimenticio al laboratorio, o a los diferentes centros comunitarios donde se han instalado. Desde el propio centro de medición se hace la monitorización de la alimentación escolar mediante el seguimiento de 80 escuelas de Primaria y Secundaria".

El proyecto, nos informa Mercedes, "se inició en junio de 2011 con 7 aparatos, después, gracias a la financiación internacional recibida, la Cruz Roja Japonesa adquirió 77 aparatos adicionales".

El mundo se volcó con Japón, pero Japón no pidió ayuda, "prefirieron no hacerlo, consideraban que no debían hacerlo, que tenían que apañarse sólos", relata Jaime Gregori Soler, responsable de captación de fondos, colaboración con empresas y responsabilidad social de Cruz Roja Española.  Y sin embargo, "hubo que habilitar  soluciones para canalizar la solidaridad espontánea de más de cien países".

Los tsunamis, señala Gregori, movilizan las conciencias más que cualquier otro fenómeno y en el caso de Japón fueron tres los desastres: el terremoto, el accidente nuclear y el maremoto.

Gregori describe así a los japoneses: "Son gente estricta, muy cooperativa en su forma de ser, capaces de salir adelante una y otra vez. Están acostumbrados a sufrir. Son muy duros y han desarrollado unas habilidades comunitarias enormes desde lo ocurrido en la segunda guerra mundial".

Mercedes Babe, desde Japón, sobre el terreno, en la misma semana del aniversario de la tragedia, añade algunas impresiones que explicarían porque Japón no pidió ayuda: "son estoicos, humildes y muy cálidos bajo ese ejercicio permanente de autocontrol de sus emociones. Tienen un sentido de la justicia tal que les lleva a ser injustos consigo mismos". Tanto es así que si tienen que colaborar con una cuota para ayudar a una asociación como Cruz Roja y pueden permitirse donar más que otros, no lo hacen para que el resto de los cooperantes no se sientan mal. "Hacen una aportación extraordinaria, preferiblemente en secreto, y mantienen la cuota baja. No quieren escatimar ni tampoco que se les señale por ser mas que nadie", explica Mercedes.

Desde la ciudad de Fukushima, que lleva el mismo nombre de la prefectura donde estaba la central nuclear, sus autoridades quieren dar a conocer que no hay peligro para los turistas, que está todo bajo control y que en una zona granítica se producen muchos más rayos gamma que en la ciudad, que las partículas radioactivas se desplazaron hacia el norte. Dicho está. Y también que en Iwate, afirman los vecinos "estamos muy agradecidos a todo lo que hemos recibido con la solidaridad internacional. Lo ocurrido fue peor en la zona limítrofe de Miyagi".

Sara Olivo

sara@hispanidad.com