"Devolución completa de la soberanía de Iraq", esas han sido las palabras claves del primer discurso del nuevo presidente iraquí, Al-Yawer. Al parecer, no ha convencido a guerrilleros y resistentes de todo tipo, dado que, unas horas después, se producían en distintos atentados más de 35 muertos. No obstante, el más que inestable Gobierno provisional iraquí, así como Washington y Londres, están empeñados en mantener el calendario previsto: El 1 de julio en Iraq mandarán los iraquíes; lo que no está claro es qué iraquíes van a mandar.

 

Ni tampoco está claro cuándo se retirarán las tropas anglonorteamericanas de Iraq. Washington lo ha dejado muy claro: Cuando lo pida Al-Yawer, pero esa declaración no deja de ser un brindis al sol. La Casa Blanca sabe que no puede dejar un Iraq convertido en otro Líbano, sólo que de grandes proporciones.

 

El problema no es sólo que no se consiga la paz en Iraq, sino que el conflicto está extendiéndose hasta aparentar un verdadero choque de civilizaciones. Atentados fundamentalistas en Paquistán, recrudecimiento de la violencia en Israel y un Ben Laden empeñado en golpear en su propio país, en Arabia Saudí.