Hugo Chávez (en la imagen), que a tantos utilizó en vida, ha sido utilizado en su muerte. Meses en un país extranjero, nada menos que en manos de la tiranía cubana, eso sí, por propia decisión. Desde que el venezolano se trasladó a La Habana ya perdió todo control sobre sus propias acciones. Al final, los médicos le enviaron a morir a Caracas pero en Venezuela continuaron manejando su guiñol. No sus adversarios, sino sus seguidores.
Chávez no hablaba porque su enfermedad le había convertido en un hombre débil, y los tiranos no pueden aparentar debilidad ante los suyos. A fin de cuentas, entre un ídolo y un esclavo hay un camino muy corto y muy pocas diferencias. Además, Chávez ha sido esclavo de su propio mito, de la propia imagen por él creada para mantenerse en el poder.
Son legión los tiranos comecuras que, al ver la muerte ante sí, desean volver a abrazar a Cristo, pero a los que su propio entorno se lo impide, y le recluye en la cama de un hospital como a otros les recluyen entre rejas.
Pero aún más celador que su entorno es su propia imagen pública. Se me dirá que Chávez no tenía reparos en aparecer ante la cámaras de TV con un Niño Jesús pero era un Jesús Revolucionario, tan alejado del verdadero Cristo y tan inclemente como la masonería washingtoniana o el agnosticismo berlinés o el sectarismo español.
El caso es que Hugo Chávez ha muerto a escondidas. Como a todo hombre, ser creado libre, nadie puede privarle de su contacto directo con el Creador. Espero que lo haya aprovechado.
Eulogio López
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