No podía ser de otra forma. Tenían que llamar la atención y sus posados de madurita tractiva para las grandes revistas de la moda, así como la búsqueda de un nuevo estilo para la primera dama en sesudos periódicos progresistas, suplementos del New York Times, por ejemplo, no saciaban su sed de liberación.

Como buena feminista, Michelle Obama considera que la discreción es opresión y el afán de servicio, sumisión. Así que ya tiene la solución para seguir manteniendo el estilo Michelle: plantar un huerto en los jardines de la Casa Blanca, convertida así, supongo, en zona franca libre de impuestos para productos hortofrutícolas.

Según los corifeos del presidencial matrimonio, los Obama defienden así su derecho a una agricultura ecológica, que es como la energía renovables pero a lo bestia: con ese sistema, con la agricultura orgánica la humanidad se habría muerto de hambre, porque su rentabilidad es más bien escasa. La conclusión es obvia: si las tierras cultivables no dan para alimentar a todos, no hay que sacarle más rendimiento a las tierras o ampliar la superficie dedicada al agro: lo que hay que hacer es disminuir el número de comensales, mayormente seres humanos. Ya saben: si quieres acabar con la pandemia del hambre, no des de comer al hambriento: aniquílalo.

Por el momento, doña Michelle se confirma con un huerto de coles. Un grupo de escolares franquearán la verja de seguridad de la white house para ayudar a plantar lechugas, tomates y pepinos. La verdad es que don Barack prefiere matarlos cuando aún son embriones -a los escolares, digo, no a las coles-, más que nada para que los prestigiosos científicos puedan investigar enfermedades incurables que, como su mismo nombre indica, son aquéllas que no han logrado curar con embrión alguno.

En cualquier caso, prosigue el alegato del nuevo presidente norteamericano y de su esposa a favor de la vida vegetal y animal. Noble objetivo que siempre choca con el problema de una de las especies animales, la racional, empeñada en subyugar a las otras, incluida la ingesta de las coles de doña Michelle. Y claro, eso no puede ser.

El huerto de coles llega después de la firma de protocolo ONU sobre no discriminación de los homosexuales, otra forma de reducir el número de hambrientos en el mundo. Es su primer paso hacia el gaymonio, que Obama, siempre pendiente del bienestar de El País, variable, a su vez, siempre ligada su permanencia en la Casa Blanca por muchos años, considera un objetivo paulatino, quizás porque ocho Estados norteamericanos votaron negativamente el homomonio y no conviene encabronarles más de la cuenta. Pero no renunciamos a nuestro objetivo final: si todos se volvieran gays, en una generación se acaba el problema del hambre en el mundo.

Piano piano. Por ahora contamos con el huerto de coles.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com