Hugo Chávez ya puede ser presidente hasta el 2020, aunque algunos reaccionarios maliciosos aseguran que sólo pretende quedarse hasta el 2120.

Lo único que don Hugo ha pedido a sus súbditos es que le permitan prorrogar sine die su permanencia en el cargo, sacrificado potro de tortura para el mandatario, pero muy necesario para culminar la revolución bolivariana, momento a partir del cual, comenzará su mandato vitalicio, la dinastía Chávez.

Es el mismo proceso que comenzara en 1960 su amigo Fidel Castro, el mismo de Rafael Correa en Ecuador, de Evo Morales en Bolivia y del matrimonio cleptómano, Kirchner-Fernández, en la Argentina, y cuyo lema es: la dictadura por la democracia.

El instrumento es muy sencillo: no se suprimen las elecciones, pero sí el límite de mandatos, algo habitual en todos los regímenes americanos, tanto hispanos como anglosajones. Perpetuarse en el poder una vez que, alcanzado el Gobierno, desde él se domina todo el entramado social, especialmente aquello que vertebra una población, como son los medios informativos, el Ejército, las fuerzas del orden, Hacienda y la Judicatura, así como el tejido ciudadano: los círculos bolivarianos en Venezuela son una copia de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), en Cuba.

Sin limitación de mandatos no hay más que democracia vigilada y evolución paulatina -a veces veloz- hacia la dictadura. En España, Aznar no impuso la limitación de mandatos pero prometió que se iba en ocho años y lo cumplió. ZP, por contra, no tiene la menor intención de autolimitarse, y con el control absoluto que tiene sobre la televisión -que no sobre la prensa ni sobre Internet- se asegura el favor de la TV pública.

Está claro: la Hispanidad camina hacia la dictadura por no limitar los mandatos de un presidente del Gobierno. Nosotros caminamos hacia el mismo objetivo, pero mucho más rápido.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com