Acaba de decir el cardenal Rouco: está en cuestión nada más y nada menos que el derecho fundamental a la vida de los más débiles e inocentes.
Gracias, cardenal, por no callar ante tamaña injusticia. La nueva ley de aborto excluye de la igualdad ante la ley, a los no nacidos. Si a un bebé lo matan al nacer, nadie librará de una reprobación inmediata. Se dicen: que puedan matar los médicos y su propia madre; así escapamos del juicio. ¡Hipocresía sibilina!, que ha de juzgar la Historia, los jueces de las naciones en un nuevo Nuremberg, y Dios también.
A Dios habrán de rendir cuentas, abortistas e inductores del aborto con su consejo o con su voto, cuando les pregunte como a Caín, ¿dónde está tu hermano?
La nueva ley de aborto deja configurados a los seres humanos en dos categorías: unos, seres libres con derecho a la vida; otros, esclavos de su madre, dependientes a la manera de las cosas, de la voluntad del dueño; en este caso, del tirano, que no es dueño ni amo. Dar a las madres pleno poder cuando pueden estar atravesando una difícil situación, es regresivo, incívico. El colmo: llamar a los despojos humanos, residuos biosanitarios, quizá para anestesiar la conciencia, o para que vayan sin problemas al cubo de la basura para su reciclaje en productos de cosmética. Quitar la vida a niños y convertirlos en papillas, cremas, etc ¿es signo de progreso?
Dantesco, draconiano, dramático, trágico. Felicito a la Asociación Derecho a Vivir y a cuantos defienden la vida sin discriminar a nadie.
Pepita Jiménez López
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