Mi nunca bien loado David Cantero -conocido en todo el mundo televisivo como David Sincero, de la escudería RTVE- es un hombre que nunca duda en plantarse ante un Miura o un Vitorino.

Por ello, el pasado domingo, día de la Familia, o así, no perdió el tiempo con la narración de las fiestas organizadas por pequeños ayuntamientos, tal y como hicieron otros, sino que se fue a Barcelona, ciudad moderna y cosmopolita donde las haya, para cubrir el día dedicado por la Corporación Municipal a la familia, a todo tipo de familia. Y así, los reporteros de la TV pública zapateril, siempre ocupados en desasnar al pueblo, hicieron un montaje con tres tipos distintos de familias: el tradicional, el homosexual y el monoparental.

La familia tradicional elegida no dio mucho de sí, quizás porque Cantero considera que es muy aburrida. La señora, algo vulgar, como demuestra el que haya elegido a un hombre para compartir su vida, nos contó que la familia era una cuestión importante, lo cual nos alivió mucho. Incluso se dejó fotografiar con un hijo, lo que demuestra que la natalidad española está que lo tira. A continuación vinieron dos lesbianas, que educaban sin esconderse -eso quedó muy claro- a una niña de ocho años. Hasta ahí todo políticamente correcto, casi ñoño. Ahora bien, faltaba el tercer tipo -por el momento, la progresía no ha alcanzado los prometidos 300 tipos de familia, pero estamos en ello-, el monoparental. Ahí, una señora, teñidos cabello y pensamiento, nos explicó que quienes han decidido formar una familia con hijos y sin pareja, no tienen más ayudas que el resto, a pesar de disponer de un solo sueldo -¡Cuánta injusticia!-, que tiempo que nos recordaba: hay mucha gente muy sola.

Y esto es bello e instructivo, porque, hasta el momento, no había pensado yo en ello, a pesar de que el prefijo mono podría inducir la denostada soledad del señor o la señora que opta por criar hijos sin cónyuge. Nunca repararemos lo suficiente en esta cuestión, queridos jóvenes: si renunciamos a una pareja, porque la pareja a veces molesta, corremos el riesgo de sufrir la soledad, porque a veces la pareja hace compañía; si renunciamos a comprometernos con otro, ganamos en independencia pero, lamentablemente, perdemos en compañía, perdemos, por de pronto, el compromiso del otro con nosotros.

Como diría la inefable pensadora Rosa Montero, aunque sólo lo suelta una vez por mes, la postura familia tradicional, es decir, la formada por un hombre y mujer que se comprometen a donarse al otro de por vida, es muy comodona y lo tienen claro desde el primer momento. Pero claro, no hay derecho a que la monoparental que se niega a comprometerse con el otro-a, afronte su soledad de forma... solitaria. Eso no puede ser, señores, y hay que arreglarlo a la menor brevedad posible. Máxime si aceptamos que, ahondando un poco, deberemos concluir que la causa del problema está en la nociva influencia de los curas. Ahora mismo no tengo tiempo para desarrollar este principio, pero está clarísimo para cualquiera que no sea un fascista.

Por cierto, en tan fabuloso reportaje  se nos recordó que la familia media española tiene un hijo, o sea como el número ideal de socios en una empresa: impar e inferior a tres. Muy logrado, porque, aunque es cierto que la tasa de reposición no se cubre sino con 2,1 hijos por pareja, de esta forma conseguimos que los padres puedan dedicar tiempo a la educación de su hijo único, osease la cosa de la conciliación. Debemos superar la familia progresista para alcanzar la familia conciliada, un estrato superior de la evolución.

Por otra parte, con un sólo hijo se reducen los problemas de desempleo para las futuras generaciones y por último, nos cargamos España, un país que, reconozcámoslo, siempre ha vivido a un paso del fascismo, y cuya historia hace enrojecer de vergüenza a todo verdadero conciliador.

Por tanto, las ventajas de finiquitar a la familia tradicional son muchas. El único problema es que, ante la escasez de niños, ni lesbianas, ni gays, ni los solitarios monoparentales podrán educar a la generación del mañana, por lo que tendrán que seguir echando mano de niños chinos. Es igual: lo que perdemos en cantidad lo ganamos en calidad. Será una generación más reducida pero de mente más abierta, y ya dijo Chesterton que tener la mente abierta es como tener la boca abierta: un signo inequívoco de estupidez.

Eulogio López

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