Por su interés publicamos el artículo de Francisco José Vaquero, que nos envía José Basaburua.

Enrique González, presidente de una desconocida Asociación de Hombres Maltratados y por la Custodia Compartida de Castilla León, ha reclamado el voto, cara las próximas elecciones europeas del 7 de junio, para la formación ultraderechista Democracia Nacional. Tras haberse entrevistado con diversos partidos políticos, entiende que se trata del único partido capaz de enfrentarse a lo políticamente correcto y plantar cara a una legislación feminista que está vulnerando no ya el principio constitucional de igualdad ante la ley, si no que está vulnerando los derechos más básicos del ser humano. Con la actual legislación miles de hombres son arrestados e incluso encarcelados sin más pruebas que la palabra de una mujer, un ordenamiento jurídico propio de la Rusia Soviética.

Prescindiendo de tan discutible petición de voto, ¿es veraz la situación que denuncia, o se trata de un grosero ejercicio de demagogia? Pues que se lo pregunten a los cientos de miles de varones españoles denunciados falsamente, en el entorno de una separación contenciosa, y a todos los millones a los que se ha reducido, sistemáticamente, a la condición de meros visitantes de sus hijos. Algo de razón no le falta

Pero, aunque Enrique González haya llegado a tan polémicas conclusiones desde un doloroso itinerario personal, no podemos compartir su petición, pues, además de totalmente errado, proporciona fáciles y demagógicos argumentos a cuantos niegan la existencia de un gravísimo problema: la escisión sexista de la sociedad española, impulsada desde la ideología de género encaramada en el poder, que convierte a los hombres en ciudadanos de segunda. Sin voz, pero ¿con voto?

En semejantes circunstancias, ya que hablamos de partidos, el PSOE es parte interesada; y mucho. Por lo que respecta al Partido Popular, y demás formaciones con representación institucional, ante el drama silencioso y silenciado de cientos de miles de varones machacados, acaso la palabra que mejor defina su actitud sea la de indiferencia. Pero esta dolorosa constatación no implica entregar tan honorable y plural causa en manos de un partido tan impresentable como oportunista.

En la política actual, en la que los grandes partidos son, fundamentalmente, macrooficinas electorales movidas a golpe de escrutinio demoscópico, la modalidad colectiva de acción política más efectiva, guste o no guste, se reconozca o no, es la del lobby. Indudablemente, uno de los más potentes hoy día, a escala planetaria, es el feminista: omnipresente, triunfante, mediático, ingrediente decisivo de lo políticamente correcto y principal estructura ideológica del PSOE y demás izquierda autodenominada progresista.

Para llegar a ello, las feministas y sus aliados han trabajado mucho y muy bien. En sus inicios pudieron parecer unas iluminadas excéntricas, pero supieron teñir, con sus propuestas y perspectiva de la vida, la ideología del 68; síntesis de todas las izquierdas actuales y pensamiento transversal hoy dominante. Caído el muro de Berlín, deshechos los comunismos, con una socialdemocracia clásica desorientada, la nueva izquierda se sexualizó, entregándose en cuerpo y alma al feminismo más radical; sustituyendo la lucha de clases por la de los sexos.

Ya no serían los poderes fácticos y la burguesía los enemigos a batir, sino la familia tradicional y el macho dominante. Han triunfado: hoy día el feminismo determina lo políticamente correcto, modelando conciencias, sirviéndose de múltiples instrumentos para la consolidación de su programa. ¡Ay de cuantos enemigos se crucen en su camino! La nueva Inquisición feminazi los identificará, estigmatizará, criminalizará y eliminará, al menos civilmente.

No es de extrañar que Enrique González adopte una decisión que bien puede calificarse de desesperada, incomprensible e inadecuada. Así las cosas, era inevitable que desde algunas entidades partidarias de la custodia compartida se elevaran durísimas voces marcando las distancias y desautorizándolo. Ya lo han hecho; afortunadamente.

Son millones los hombres divorciados. Cientos de miles los expoliados económicamente; los denunciados falsamente; los privados del calor de sus hijos. Sin embargo, en su inmensa mayoría, están solos. Tampoco se movilizan colectivamente. Ni tienen conciencia de ser unas víctimas más de estructuras y prácticas injustas. Valoran la actual situación, personal y social, como una batalla que les desborda y que, para sobrevivir, hay que eludir en la medida de lo posible. No en vano, la disidencia frente al actual Régimen, seas hombre o mujer, implica enfrentarse a todos los resortes de poder desplegados por las feminazis, lo que garantiza una vida de sobresaltos, disgustos, silencios e incomprensiones.

La manifestación de Enrique González no es fruto de una deliberación colectiva. No es el resultado de una estrategia y una táctica elaboradas coherentemente por un colectivo. Sin embargo, no le faltan destellos de cierto sentido común. En realidad viene a proponer lo siguiente: si los hombres criminalizados se unieran, y formaran una bolsa electoral de cientos de miles  de votos, las cosas podrían empezar a cambiar. Por ejemplo: negociando con un partido representativo, determinadas políticas sociales y judiciales. Sí, moviéndose como un verdadero lobby. ¿No lo vienen haciendo así, desde hace decenios, las feministas radicales? O, por el contrario, retirándole su voto y propugnando la abstención; lo que incluso podría hacerle perder una convocatoria electoral.

Pero los hombres separados y maltratados no están unidos, escasamente asociados, nada concienciados.

No obstante, existe un incipiente tejido asociativo masculinista, por llamarlo de alguna manera, en estado embrionario, que, en lucha por los derechos de los hijos y de los padres, busca una nueva imagen y corporeidad del factor masculino. Sin embargo, ya lo decíamos, los hombres son menos tendentes a asociarse que las mujeres. Por otra parte, la tentación más lógica, ante una debacle íntima, es la salida personal; sobrevivir, restaurar una situación soportable y punto. Y tratar de olvidar el dolor sufrido. Opciones muy legítimas, por otra parte. Pero, en una sociedad con crecientes mecanismos totalitarios, las salidas personales son en muchos casos poco factibles y, tal vez, poco duraderas.

Un hombre que afirme su masculinidad y trate de defender sus derechos, aquí y ahora, siempre será sospechoso: de brutal maltratador, explotador sin escrúpulos, machista autoritario, patriarcal recalcitrante, y, gracias a las habilidades de Enrique González, ¡peligroso ultra! Lo que faltaba. Además de todos los sapos que tenemos que tragar, que nos metan en el mismo saco de ultras, xenófobos, violentos, nazis, etc. Por ello, Enrique González, quien seguramente se ha movido desde la honradez y el dolor, ha realizado un flaco servicio a la causa de los hombres separados y maltratados; la de la custodia compartida; la de los derechos integrales de los hijos; la de la igualdad legal efectiva de hombres y mujeres. Y una pregunta final. Las anteriores causas, ¿tienen algo en común con una ultraderecha racista y violenta? Todo lo contrario: son incompatibles.

Tiene razón en una cosa: en que es necesario actuar. Y para ello se precisa de líderes, estrategia, tácticas proporcionadas, presencia mediática, instrumentos teóricos Pero sin un movimiento asociativo fuerte, todo lo anterior es pura retórica.

Esas asociaciones serán -y en cierta medida ya lo son- de todos los colores: de divorciados, de denunciados falsamente, de afectados por el Síndrome de Alineación Parental, de víctimas de errores judiciales; de izquierdas, de derechas y apolíticas; confesionales y laicistas; feministas y masculinistas. Y luego vendrá -tal vez- todo lo demás.

No podemos compartir la opción de Enrique González, pero, bienvenido sea el debate que implícitamente propone y la vida que debe seguirle.

Fernando José Vaquero Oroquieta

jbasaburua@hotmail.com