Sr. Director:
La vieja Europa siempre que se ha empeñado en echar a Dios de la vida de sus ciudadanos ha terminado produciendo los mayores horrores de la historia de la humanidad: la revolución francesa, y sus miles de asesinatos por motivos políticos y religiosos; el fascismo en Italia; el Comunismo en Rusia, exportado al resto del mundo produciendo más de cien millones de muertos entre asesinados y muertos de hambre; el nacional-socialismo con todos sus horrores en campos de exterminio de judíos, gitanos, católicos y homosexuales.
Actualmente, esta vieja Europa tampoco se libra de esa lacra -parece no estar vacunada-. Recientemente, hemos visto los terribles asesinatos racistas en Serbia; en Alemania, Austria, Holanda, Francia, incluso en Italia, partidos de ultraderecha suben como la espuma; los partidos de izquierda, con la aquiescencia de los de derecha, han convertido el laicismo fundamentalista en su bandera política, la más radical rememora con cierta nostalgia la dictadura bolchevique, y habla de muertos buenos y malos; dictaduras progresistas, como las de Castro, Sadam Husein o incluso la del régimen chino son apoyadas y subvencionadas desde la Unión Europea. Y aún con todo esto, existen todavía imbéciles que, desde este continente podrido, se dedican, desde una posición arrogante, a dar lecciones de democracia a la sociedad americana: aquella que tuvo el coraje ciudadano y la integridad moral suficiente para mandar a miles de sus jóvenes a luchar contra el régimen nazi liberando a Europa del tirano. Esa misma que con su fuerza cívica fue capaz de parar la expansión del comunismo, evitando que llegara a la Europa occidental, la misma que decidió poner fin a la carnicería de Yugoslavia, mientras sus vecinos miraban para otro lado.
Vemos sus películas, escuchamos su música, seguimos las noticias en sus cadenas de televisión porque son mejores que las nuestras, nos permiten vivir sin gastar dinero en defensa porque para eso ya están ellos, nos aprovechamos de sus avances médicos, sus Universidades son las mejores del mundo y nos beneficiamos de sus progresos culturales. Pero, eso sí, algunos creen que tenemos derecho a insultarles por haber votado de acuerdo con sus convicciones o porque han elegido a un presidente que dicen que no nos gusta.
Esta carta viene a cuento del artículo que Carles Castro publicaba hace unos días en La Vanguardia, donde se ve que la memez de algunos en Europa llega a lo patológico.
José María López
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