Cuando uno llega a Buenos Aires, lo primero que le aconsejan los buenos amigos es que ponga mucho cuidado al cruzar los pasos de cebra (allí conocidos como sendas peatonales), dado que en aquellos predios las normas de tráfico no son órdenes, sino sugerencias. Verbigracia: la norma dice que en una senda peatonal, como su mismo nombre indica, la prioridad la tiene el peatón. Pero eso, para el buen argentino, sólo es una sugerencia.

Ahora bien, la inseguridad en las calles no proviene del tráfico, sino de la delincuencia. Y no son pocos los porteños que temen más a la policía que a los ladrones. En este sentido, la demagogia de Kirchner, que en apoyo de los pobres, marginados e impecunes llegó a retar a la policía, provocó que la delincuencia creciera… mientras la corrupción policial, y judicial, no menguaba.

Por cierto, resulta muy curioso que, hasta la llegada del matrimonio Kirchner-Fernández, uno podía pasar junto a la puerta de la Casa Rosada, en pleno centro de Buenos Aires, o los manifestantes podían gritar a pie de la balconada presidencial. Ahora, justo en campaña electoral, Kirchner ha dividido la plaza del frontis con una verja que más parece muro, supongo que para que no le molesten. Sin duda, una viva imagen de un país que progresa, porque, en efecto, cuanto más "civilizado" se hace un Estado más gastan en seguridad personal sus dirigentes. No es broma: nuestros antepasados pasaban junto a los reyes, que no tenían guardaespaldas. En nuestras democracias actuales, los poderosos viven en fortines.

Hasta las iglesias –aunque me temo que esto empieza a ser habitual en España, por mor de la Cristofobia reinante, a esta orilla del Atlántico- contaban con sus responsables de seguridad. He visto a uno de estos guardianes apagar las velas de los altares y cerrar las puertas.

Vamos con la famosa inseguridad jurídica. Recordemos: en lo primero que piensa un político argentino –bueno, no todos- al llegar al poder es cómo enriquecerse y cómo utilizar los fondos públicos para mantenerse en el poder todo el tiempo posible. Ya he dicho que Argentina es un país al que le estallan las costuras, un país joven, lleno de vitalidad, con una población que puede dar lecciones de solidaridad al burgués español, pero donde el Estado no se preocupa de crear infraestructuras para prestar servicios básicos. Es decir, que el Estado es poco solidario. De hecho, esas infraestructuras han sido remozadas, al menos durante la últimas dos décadas, por empresa privadas extranjeras. Las conducciones de agua, de luz, gas o teléfono deben mucho a la inversión de esas compañías, labor que debió ser desarrollada por el Estado. Como se trata de compañías privadas, obviamente solicitan una remuneración. La demagogia habitual en Kirchner ha llevado al Ejecutivo argentino a congelar las tarifas, con lo que las empresas se han ido –las que han podido- o se han quedado –las que no han podido- o han entrado en el juego kirchneriano de repartirse poder y ganancias, lo que podríamos llamar el juego del chantaje permanente. Un detalle: en plena campaña electoral, Kirchner amenaza a los bancos con nacionalizarlos -intervenirlos- si no bajan los tipos de interés. Como todo el mundo sabe, el precio del dinero no lo marcan los bancos, sino los bancos centrales, dependientes, más-menos, de los gobiernos. Como consecuencia de toda esta demagogia, no necesito decirles la fama de "poco serio" que tiene el Gobierno argentino en Occidente. Y el asunto es injusto, porque la fama de los gobiernos acaba por trasladarse, injustamente, a sus ciudadanos.

No hay seguridad jurídica y, lo que es peor, no hay seguridad estadística. Los pocos periódicos críticos con Kirchner hablan y no paran sobre el escándalo de las estadísticas argentinas. Nadie se cree las cifras oficiales de inflación. Durante mi reciente estancia -estadía- (primera semana de octubre) se vivía el drama del tomate, cuyo precio se había duplicado e incluso triplicado en cuestión de días. Algunos restaurantes advertían a sus clientes que les servirían ensalada sin tomate. En el entretanto, el IPC oficial se situaba por debajo del 10%. El matrimonio Kirchner, naturalmente, acusa a los "boicoteadores" de desprestigiar la estadística oficial. Como estamos en el peronismo de izquierdas, don Néstor acusa a los poderes empresariales quiénes, de inmediato, acuden solícitos a una reunión con el presidente, emitida por TV, tras la cual advierten que la inflación gubernamental es de lo más creíble. Hay miedo, mucho miedo, dado que la patronal argentina es una derivada de la política económica de la Casa Rosada. Con un Gobierno como el de Kirchner, los sindicatos tiene poca libertad de palabra (la central mayoritaria, CGT, acaba de apostar por Cristina Fernández como presidenta), los empresarios menos. Si fuera un peronismo de derechas, ocurriría lo mismo, sólo que al revés.

Por cierto, la política de rentas es difícilmente evaluable por la misma razón: el salario mínimo sólo es virtual, el salario medio sólo es oficial… y la economía sumergida impide cualquier capacidad de análisis ecuánime, tanto del uno como del otro. No me extraña que el argentino trabaje muchas horas y aún los no titulados sepan de economía más que muchos licenciados españoles. Es la sabiduría económica que otorga el titánico esfuerzo por la supervivencia.

Manipular la estadística sobre inflación es fácil con una clase política corrupta y una clase empresarial domesticada. Por ejemplo, a Danone se le permitió subir cualquier precio de sus lácteos con una excepción: un yogur. No necesito especificarles que era el yogur que figuraba en la cesta oficial.

En resumen, ¿la economía argentina ha mejorado desde la crisis de 2001? Sí, a pesar de Kirchner. ¿Cristina Fernández de Kirchner ganará las elecciones del día 28? Me temo que sí: el fatalismo ha cundido de tal forma en la Argentina que no se puede hablar ni de campaña electoral. Los adversarios ya han arrojado la toalla.

¿Por qué no se denuncia todo esto? ¿No existe, acaso, una prensa libre? Mañana iremos con ello.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com