Diecinueve años aguantó en coma. El polaco Jan Grzebski, de 65 años, ocupó un lugar destacado en los medios de comunicación de todo el mundo. Y por un hecho extraordinario: despertó de su larga ausencia física, que no espiritual.
Ferroviario de profesión, en 1988 sufrió un gravísimo accidente laboral. Y cayó en un profundo coma. Pero despertó y recuperó la conciencia por completo. Dice que durante estos años fue consciente de todo lo que pasaba a su alrededor, aunque no podía moverse ni hablar.
Su mujer Gertruda nunca lo abandonó. Su profunda fe en Dios le hacía confiar en un milagro: que su marido y padre de sus hijos volviera a la vida. Ella nunca perdió la esperanza en Dios. Y se opuso rotundamente a la aplicación de la eutanasia, para que Jan no sufriera, le decían. No lo aceptó porque tenía fe y creía que su marido sanaría.
Gran confusión para todos los eruditos que, cegados por su soberbia, creían estar en posesión de la verdad, del bien y del mal, de los destinos del ser humano. Jan aseveró que le debe la vida a su mujer, por la que sentirá un profundo agradecimiento el resto de su existencia. Oía las conversaciones de los médicos y sus científicos comentarios de que no sobreviviría. Y él lo único que quería era vivir. Deseaba ardientemente existir y los médicos planificaban su eliminación. Escuchaba todas las conversaciones de los facultativos. Jan estaba vivo y era consciente de todo lo que sucedía a su alrededor.
No es lícito matar a un ser humano para no verle padecer o no hacerle sufrir. Nadie puede autorizar la muerte de un ser trascendental, aunque sea un enfermo incurable, agonizante o en estado de coma profundo. Los cuidados paliativos son un remedio para estas situaciones dolorosas.
Juan Pablo II declaró que "la tentación de la eutanasia, adueñarse de la muerte, de modo anticipado y poniendo así fin a la propia vida, se presenta absurda e inhumana. Nos encontramos ante la cultura de la muerte que avanza en las sociedades del bienestar".
Clemente Ferrer
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