El barco de la asociación holandesa Mujeres sobre las Olas se dedica a pasear sobre las olas y a acudir a aquellos países no suficientemente conscientes de los inalienables derechos de la salud reproductiva. Es decir, que se dedican a tocarles las narices a aquellos países que, aunque sea mínimamente, defienden la vida del no nacido.

Llegan a un puerto, echan el ancla y despliegan la mercancía: aborto de quita y pon, píldoras abortivas, píldoras post-coitales y lo que haga falta. Si no, se sitúan en aguas internacionales para extender el derecho al aborto.

El diario El Mundo nos ha explicado, con esa capacidad literaria de Pedro José Ramírez, que la clínica flotante es de inspiración medio ambientalista. Muy cierto. De hecho, los restos de los niños asesinados servirán de alimento a los peces, supongo. Y no sólo eso, sino que Rebecca Gomperts, la jefa del barco, a quien su madre no abortó, recuerda que querían que fuera algo agradable y bonito (no, no se refiere al pescado).

Pero lo más llamativo es que las quejas se dirigen al Gobierno portugués que les negó el acceso a puerto, simplemente en cumplimiento de la ley de aborto portuguesa (más restrictiva que la española). Sin embargo, en los puertos españoles, por ejemplo en Bayona, les abrieron las puertas de par en par, seguramente con gran entusiasmo. Pero claro, en España no merece la pena montar el numerito, dado que esto es el paraíso del aborto, donde cualquiera puede abortar porque nadie hace caso de la ley y ningún juez o fiscal persigue el cachondeo permanente en que se ha convertido la legislación de 1985. La misma Rebecca (¡Dios la bendiga!) se lamenta de que muchas portuguesas no tienen dinero para irse a abortar a España, esa tierra de promisión para los derechos reproductivos.

¿Y saben qué es lo más llamativo? Que el segundo periódico más leído del país publique este bodrio sin inmutarse.

Eulogio López