Este año me van a perdonar pero, coincidiendo con la Festividad de San José, no voy a haber un ditirambo de la hoy menospreciada figura del padre. Entre homosexuales y feministas, la figura del padre se ha quedado para las corbatas del 19 de marzo, y la figura de San José se confunde con el San José Obrero del 1 de mayo, a su vez ninguneado por los sindicatos.

Si le preguntáramos a un niño que sólo viera la televisión (espécimen que probablemente no resulte tan extraño como algunos piensan) qué es un padre, posiblemente concluiría que un padre es un protagonista de la violencia de género que sacude sopapos a la madre día sí y día también.

Es igual, hasta el más lerdo sabe que hay una campaña contra el padre, y que el padre es un elemento que tiene bastante que ver con la buena marcha de los hogares y con la felicidad de los hijos.

Así que hay que dar un paso más. Si la paternidad es despreciada, la mera mención de la palabra virilidad o masculinidad es sinónimo de machismo, o es interpretada de esa forma tan especial con la que algunas personas asimilan ciertos conceptos: les hablas de amor y ya se están imaginando un catre.

Y la verdad es que para situar la virilidad, algo estupendo, en su conjunto basta con dos precisiones. La primera es que masculinidad no es lo opuesto a la feminidad, sino a la homosexualidad. Masculinidad y feminidad son dos naturalezas, elementos y conceptos tan distintos como complementarios. Ambos poseen virtudes a las que tienden de forma natural y ambos resultan igualmente creativos, sólo que de distinta forma y con distintos medios. Podría decirse que lo que le sobra a uno le falta al otro, y viceversa.

Por ejemplo, son virtudes propias de la masculinidad la serenidad, la austeridad y la fortaleza. Es impropio de la masculinidad el histerismo, el exhibicionismo o la quejumbrosidad.

Masculinidad es lo contrario de la homosexualidad, que conlleva afán por lo mórbido y estética feísta. Figúrense si serán opuestos que, en no pocas ocasiones, la homosexualidad suele surgir de la animalización de la virilidad. Con respeto no, con algo más, con afecto hacia las personas gays, ha que concluir que lo homosexual es propio de un mundo autodestructivo, que, naturalmente, de imponerse, en pocas generaciones terminaría con la raza humana.

Pero, al parecer, muchos están empeñados en imponer esa autodestrucción. Las actuales controversias en Naciones Unidas de las que dábamos cuenta en la edición del miércoles 17, hablan de un intento de imponer a toda costa la homosexualidad, tanto gay como lésbica: aquel país que no se atreva a igual a los desiguales, puede ser acusado de homófobo ante los tribunales internacionales y merecerá la repulsa del Derecho Internacional por homofobia.

Pues bien, eso, la autodestrucción, es lo que está en juego en el momento presente. Así que lo mejor es que aprovechemos la fiesta de San José.

Eulogio López