El escenario donde se desarrolla la acción de El Violín es el México rural y profundo, pero la realidad que narra podría identificarse con cualquier país hispanoamericano que sufre una dictadura militar.
Don Plutarco, su hijo Genaro y su nieto son, aparentemente, unos pacíficos músicos rurales pero en realidad llevan una doble vida puesto que apoyan el movimiento guerrillero campesino opositor al Gobierno.
Cuando fuerzas del Ejército invaden su aldea, los rebeldes huyen pero dejan atrás sus municiones, imprescindibles para su existencia. Es entonces cuando el casi octogenario Don Plutarco trama un plan para acercarse a los militares haciéndose pasar por un inofensivo violinista…
Un arranque brutal y excesivo nos sumerge en esta historia que habla de lucha por unos ideales (para algunos muy discutibles pues son claramente marxistas) pero también de valentía, de amor a la música y a la familia.
Inspirada en la novela de Carlos Prieto, el héroe de este relato, Don Plutarco, encuentra su alma gemela en su pasión por la música en el enemigo: en el capitán de las fuerzas del ejército gubernamental. Este hombre le espera expectante cada día en su campamento para escucharle tocar con su violín canciones populares mexicanas.
Acertadísimas interpretaciones (algunos de ellos son actores no profesionales), filmación a modo de documental (lo que da más verismo al relato) y un buen pulso dramático hacen de El Violín una producción a tener en cuenta a pesar de que peca de manierismo en su discurso ideológico.
Para: Los que no se asusten del crudo duro mexicano y no les importe contemplar una película con una gran carga ideológica.