Curioso. He esperado una semana para comprobar si alguien decía algo pero al parecer no. Fue el 1 de febrero cuando el diario La Razón aclaró un punto que se nos había escapado a todos: El tribunal que exoneró con todos los honores al doctor Luis Montes, el tranquilizador de Leganés estaba formado por tres jueces... dos de los cuales habían firmado el manifiesto judicial en favor de la eutanasia.

Una de ellos era nada menos que la famosa jueza Manuela Carmena, ex miembro del Consejo General del Poder Judicial en representación del PSOE -aunque ella es mucho más progre: procede del Partido Comunista- y miembro de Patronato de la Fundación alternativas, otra marca del PSOE. El otro es Ramiro Ventura, asimismo miembro de la progresista -no lo digo yo, lo repiten ellos- Jueces para la Democracia e igualmente firmante del Manifiesto.

En otras palabras, gente ecuánime -hoy diríamos, objetivos-  para juzgar un caso detrás del cual aleteaba un mismo concepto: eutanasia. ¿Ante tan flagrante ejemplo de juez y parte, ¿pensaron en renunciar al caso? Me temo que no. ¿Pensó alguien en recusarles? Me temo que no. Sobre su sentencia, el partido Socialista ha montado una pandemonio, preparando otra de las delicias del mercado de la muerte: la legalización de la eutanasia. El ministro de sanidad, el prestigioso científico Bernat Soria, está muy interesado en ello, y en cualquier momento nos informará sobre la utilización terapéutica de los cadáveres, pues es sabido que el capítulo de donaciones anda fatal.

Y lo he dicho muchas veces: el problema del progre es que es relativista, y el relativismo no es ni una forma buena ni mal de vida: es una forma sencillamente imposible de vivir. Como los mercados financieros necesitan un pagano de última instancia -el FMI- filosofías y cosmovisiones también precisan un recurso de última instancia, algo sólido al que agarrarse para no caer al abismo ni ser presa del vértigo. Por eso se aferran a las sentencias judiciales: para el relativista, para el burócrata del siglo XXI, un juez es dios.

Por curiosidad: ahora que saben la catadura de dos de los tres jueces del Tribunal: ¿Esperaban ustedes sentencia?

Por cierto, el aludido manifiesto se apoyaba en una idea simple, con apariencia de definitiva: "La vida es un derecho, no un deber". Pocas y sabias palabras pero mezclada de un modo tan atrabiliario que las convierten en un conjunto de tonterías sublimes.

En primer lugar, la vida no es un derecho, sino un regalo. Ningún hombre puede dar razón de su existencia, a ninguna persona se le ha pedido permiso para venir a la existencia. Es un don que podemos rechazar -hay que ser idiota- o aceptar con entusiasmo. Pero no es un derecho. A lo que tenemos derecho es a que, una vez recibido el regalo, otro hombre, otro ‘regalado', no pretenda arrebatárnoslo. La vida es como el sol: algo que no es dado, pero que no tenemos derecho alguno a destruir.

2. Por otra parte, la vida no es un derecho, por la muerte sí es un deber. No podemos evitarlo por mucho que lo pretendamos. Desde luego, a lo que tampoco tenemos derecho es al suicidio. Pero tampoco al homicidio, y homicida es el médico que decide cuándo se termina la vida del paciente. ¿Y si lo hace de acuerdo con el paciente? Esto sólo es connivente en el homicidio, en calidad de colaborador necesario.

Por cierto, además de toda la manipulación, en el colegio de médicos de Madrid siguen insistiendo que el equipo de doctor Montes actuó de manera irregular y que esto aceleró la muerte de pacientes. Y los peritos sabrán más de esto. Y hablando de manipulaciones, también se ha mentido sobre el número de muertes desde la salida del doctor Montes. Insisto, todo esto es la hitota de una mentira enorme. A mí, que no me lleven a Leganés.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com