Pues bien, esa actitud obligó a Benedicto XVI a recordarle lo que con gusto hubiera omitido: el voto de obediencia de los jesuitas al Santo Padre. Lo hizo durante el encuentro con la Corporación. Y algo ha cambiado, porque en el discurso de respuesta, el padre Nicolás dijo lo siguiente:
"Nos entristece, Santo Padre, que la inevitable limitación y superficialidad de algunos de entre nosotros vengan usadas a veces para dramatizar y presentar como conflicto y oposición lo que en muchos casos no pasa de ser manifestación de nuestros límites y de la imperfección humana, o de las inevitables tensiones de la vida cuotidiana. Nada de esto, sin embargo, nos desanima ni apaga nuestra pasión no sólo por servir a la Iglesia sino con mayor radicalidad aún, conforme al espíritu y la tradición ignaciana, amar a la Iglesia jerárquica y al Santo Padre, Vicario de Cristo".
Sólo un matiz: Bien está amar a quien tiene poder vicario para atar y desatar, delegado por el mismo Cristo, pero me hubiera gustado que el prepósito redondeara su afirmación sobre la espléndida tradición ignaciana de amar al Pontífice con otro verbo, asimismo pertinente: obedecer. Pues la obediencia a quien corresponde no deja de ser otro acto de amor.
Eso sí, al menos, hemos entrado por el camino adecuado.
Eulogio López
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