"Una iglesia pobre para los pobres". Palabras de Su Santidad Francisco (en la imagen), las más repetidas por la prensa internacional desde que accediera a la silla de Pedro. Comentario de un entrevistado por RTVE: "Pues sí, a ver si se reparte entre los pobres porque aquí hay mucha riqueza". Henos aquí ante un curioso elemento preso del lío habitual entre gimnasia y magnesia. Es decir, uno de los que confunden la riqueza con la excelencia artística, como también confunden ganar con gastar y, en pocas palabras, muy castizas, confunden la santa pobreza con la puta miseria.

La pregunta que hay que hacerles a esta clase de gente es sencilla: ¿Cómo repartimos los frescos de la Capilla Sixtina entre los pobres Y la respuesta, que no quieren dar, es simple: como lo está haciendo la Iglesia desde hace siglos: permitiendo a todos ver la Capilla Sixtina (y cobrando una entrada por ello porque cuesta un montón conservarla), capilla que constituye, al mismo tiempo, la sala de reunión de cardenales y pasillo por donde atraviesan los turistas, ambas cosas a la vez. Vender la Capilla Sixtina para repartirla entre los pobres no sería una buena idea, ni desde el punto de vista cristiano ni desde el punto de vista económico.

Por lo demás, la única riqueza con la que cuenta la Iglesia es en lo referente al culto al Creador, y cuanto más riqueza se dedique, por ejemplo, al sacrificio eucarístico, donde un trozo de paz y un poco de vino se convierten en el mismo Dios, mejor que mejor.

Otrosí: la riqueza de la Iglesia no es una riqueza aprovechable. Es patrimonio, no liquidez, de la cual la Iglesia anda bastante escasa.

Para aclararnos con la pobreza: ¿cómo se vive la pobreza evangélica Se vive cuando uno, en mitad de la abundancia o de la miseria, no se aprovecha de la primera ni considera la segunda una maldición o, mucho menos, un mérito adquirido.

Este es el peligro de malinterpretar la espléndida actitud del Papa Francisco y su preocupación por los pobres. Lo tienen reflejado en la carta que me envía un lector de Hispanidad. Al final, nuestro comunicante propone destruir la Iglesia en nombre de Cristo. No está mal: es lo mismo que siempre ha propuesto Satanás.

Miren ustedes, cuandoelPapa Francisco habla de una Iglesia pobre lo que dice es, antes que nada, es que la riqueza conduce a la vanagloria y la vanagloria a la soberbia.

Eulogio López

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