Cuando el Santander compra Abbey, tres años atrás, el banco británico rondaba los 24.000 trabajadores. Hace un año esa plantilla se había reducido a 18.622, ahora estamos –según datos facilitados por la propia entidad, en los 16.616. Como el equipo directivo que preside don Emilio Botín se caracteriza por su gestión eficiente, advirtió que a lo mejor sobraban 4.000 empleos, y ahora resulta que vamos hacia los 8.000 despedidos.

¿Quizás se trataba de una entidad sobredimensionada, que había copado todos los segmentos de negocio y que, por tanto, estaba abocada a una reconversión? Pues no, buena prueba de ello es que practicaba el monocultivo hipotecario y que la llegada del Santander ha servido para multiplicar sus productos e incluso sus puntos de venta.

¿Quizás se han marchado los trabajadores con menor experiencia? Pues no, se han ido los veteranos, los más cualificados, más que nada porque eran los que más cobraban y los que no están dispuestos a ceder derechos adquiridos. Sencillamente, el Santander ha aprovechado la muy flexible normativa británica sobre despidos y cuando ha tenido que hacerlo, ha pagado con tal de librarse de un empleado eficiente pero protestón. De hecho, Abbey ha seguido fichando bancarios "a lo Botín": muchas horas de trabajo, poco sueldo y mucha sumisión… y sin complemento de pensiones.

¿Quizás estaba en pérdidas el Abbey? No, está en beneficios, cada vez más, en especial por la reducción de cotes.

¿Quizás ha disminuido la carga de trabajo? Por supuesto que no, el balance del Abbey crece, el trabajo aumenta. Lo que ocurre es que se externalizan muchas funciones, y los bancos se llenan de agentes o corresponsales que se pagan su propia seguridad Social. El ideal de la multinacional moderna consiste en no tener plantilla, en ser una mera marca, un intangible. Y todos sus trabajadores en condición de externos, de autónomos.

La verdad es que podríamos decir lo mismo de cualquier otro banco "modernizado" por un comprador. Por ejemplo, su competidor, el BBVA sigue el mismo camino de reducción acelerada de plantilla, a pesar de que la red de oficinas no disminuye.

¿Y qué pasa con los accionistas? Pues ocurre lo mismo: cada vez menos trabajadores cada vez menos accionistas. Una disminución paulatina pero constante, al parecer irresistible. Por ejemplo, en el BBVA ha perdido en los 12 meses trascurridos entre el 3 de marzo de 2006 y el 31 de marzo de 2007, el 7% de sus propietarios, 61.643 accionistas, si lo prefieren en cifras absolutas.

¿Quizás es que el beneficio por acción disminuyó y los accionistas prefirieron vende? No. De hecho su BPA fue marca histórica.

¿Quizás es que no se produjeron durante ese periodo adquisiciones? Todo lo contrario, en esos 12 meses BBVA compró el norteamericano Compass Bank, lo que ha conllevado una fortísima ampliación de capital, lo que en principio debía haber atraído nuevos titulares, además de que los accionistas adquiridos habrían podido cambiar sus acciones. Y es que algunos lo hicieron sí, pero resulta que la pérdida de accionistas individuales era aún mayor.

La razón es que la normativa financiera se ha hecho para beneficiar –fiscal y operativamente- a las instituciones de inversión colectiva y perjudicar a los individuos. En la economía financiera está ocurriendo lo mismo que en la democracia: algunos desconfiamos de ella de que se ha meditado en exceso, desde que e obliga la individuo a escoger entre muy pocas formaciones, de la misma manera que se obliga al propietario a elegir entre muy pocos intermediarios para que gestionen sus ahorros. El individuo –se nos dice- no tienen capacidad, ni informativa ni burocrática, para saber qué es lo que más le conviene. Por eso, debe dejar su dinero en manos de expertos, y ellos le dirán los réditos –o la pérdidas- a su debido tiempo. Ciertamente, los tales intermediarios, los expertos, ganarán siempre, mientras el propietario del dinero sólo ganará en el caso, no siempre probable, de que los gestores desarrollen mejor su trabajo. O sea, lo mismo que se nos dice cuando se niega todo tipo de democracia directa o incluso se tilde a la democracia asamblearia de "fascista". Es decir, que los ciudadanos se han convertido en votantes.

Conclusión: las grandes multinacionales las dirige un presidente, apenas propietario, a los que los accionistas le importan bastante poco, y que sólo rinde cuentas ante un grupo reducido de gestores… que tampoco son propietarios.

Estamos llegando al acabóse del capitalismo: cada vez hay menos proletarios y menos propietarios, sustituidos por autónomos y partícipes. Es decir, gente que molesta poco al poder. Además, la capacidad de influencia de ambos colectivos se rige por el muy oligárquico principio del "Son lentejas, muchacho", también conocido por "Puedes salir de Málaga, pero sólo para caer en Malagón".

Eulogio López