Cuando visité Libia lo que más me asombró fueron las enormes antenas -casi todas de varios metros de diámetro-, clavadas en tejados de casas y hasta de chabolas, muy abundantes en el país. Me dio la impresión de que el dictador Gaddafi estaba cavando su propia tumba. Hasta en las aldeas miserables del interior, en el enorme y aterrado desierto libio, podías encontrar los aparatos captadores de cientos de canales.
Los libios, sometidos a una dictadura que ha rebasado las cuatro décadas, compran sacos de harina para sobrevivir con el pan que cuecen en sus casas pero ven la televisión occidental y conocen Internet.
No me extraña que la mayor preocupación de los ulemas en todo el mundo islámico sea la MTV, el canal norteamericano que exhibe un mercado musical convertido en una mezcla de pornografía y majadería.
Si el sustituto de la Sharia es la MTV no sé con cuál me quedo.
El primer objetivo político de Occidente para el mundo árabe debe ser la libertad religiosa, vía de entrada para el cristianismo, el único que puede convertir la caricatura islámica en una cosmovisión que respete a la persona.
Arde el Islam y desde que he empezado a escribir esta crónica habrán aumentado los muertos en Argelia, Bahrein, Yemen, Libia, Irán o Arabia Saudí. Y con un peligro añadido, el de una guerra nuclear, si Israel se sintiera directamente amenazado de extinción.
Sí, en mitad de los desórdenes, el mundo islámico oscila entre la Sharia y la MTV de la Warner, entre el fanatismo del Corán que masacra las libertades públicas y la progresía pornográfica que les vende Occidente. Yo no me quedo con ninguna de las dos. Me quedo con una revolución islámica donde lo primero será esa libertad religiosa que en el universo mahometano representa la clave del futuro y, lo que es más importante, del presente. Los cristianos llamamos padre a Dios; para el musulmán, la religión de la fe pero no de la caridad, tal denominación sería casi blasfemia. Y con la sola fe, sin caridad, no puede haber esperanza. Ni para los hombres ni para los países.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com
Los libios, sometidos a una dictadura que ha rebasado las cuatro décadas, compran sacos de harina para sobrevivir con el pan que cuecen en sus casas pero ven la televisión occidental y conocen Internet.
No me extraña que la mayor preocupación de los ulemas en todo el mundo islámico sea la MTV, el canal norteamericano que exhibe un mercado musical convertido en una mezcla de pornografía y majadería.
Si el sustituto de la Sharia es la MTV no sé con cuál me quedo.
El primer objetivo político de Occidente para el mundo árabe debe ser la libertad religiosa, vía de entrada para el cristianismo, el único que puede convertir la caricatura islámica en una cosmovisión que respete a la persona.
Arde el Islam y desde que he empezado a escribir esta crónica habrán aumentado los muertos en Argelia, Bahrein, Yemen, Libia, Irán o Arabia Saudí. Y con un peligro añadido, el de una guerra nuclear, si Israel se sintiera directamente amenazado de extinción.
Sí, en mitad de los desórdenes, el mundo islámico oscila entre la Sharia y la MTV de la Warner, entre el fanatismo del Corán que masacra las libertades públicas y la progresía pornográfica que les vende Occidente. Yo no me quedo con ninguna de las dos. Me quedo con una revolución islámica donde lo primero será esa libertad religiosa que en el universo mahometano representa la clave del futuro y, lo que es más importante, del presente. Los cristianos llamamos padre a Dios; para el musulmán, la religión de la fe pero no de la caridad, tal denominación sería casi blasfemia. Y con la sola fe, sin caridad, no puede haber esperanza. Ni para los hombres ni para los países.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com