"Sin Dios, el hombre pierde su grandeza". Benedicto XVI debería ser nombrado periodista de honor, porque es el Papa con más capacidad para los titulares, y todos los periodistas sabemos lo que vale un buen titular. Lo dijo en el aula Pablo VI, el pasado miércoles, y añadió otro ‘titular' que ha sido recogido con mayor empeño por los medios: "Sin Dios, no existe verdadero humanismo".  

Personalmente, todavía recuerdo aquel otro titular, una ráfaga de genialidad, del Papa Ratzinger: "Dios ama al embrión". Así, con cuatro palabras, terminaba con todas las larguísimas, aburridísimas, y tontas polémicas sobre el comienzo de la vida, la manipulación de embriones, la bioética, biogenética y meta-genética. En efecto, si Dios ama al embrión, ya está todo claro. Me encantaría contratar al pontífice en Hispanidad, para que titulara todas las noticias, pero creo que no va ser posible.

Justo al otro lado del Atlántico, un personaje incapaz de hacer titulares, en tal caso, novelas-río, el dictador venezolano Hugo Chávez, arremetía contra la jerarquía católica venezolana "una de las más furibundas defensoras del pasado, de la injusticia, de la inmoralidad y de los poderosos, y arremete contra la verdad con toda desfachatez y sin vergüenza". Le ha respondido monseñor Reinaldo Del Prette, arzobispo de Valencia (la venezolana): "La Iglesia Católica no es política, eso es una visión tan torpe, tan pequeña… La Iglesia tiene 20 siglos cumpliendo su misión y, cuando habla no es de la política partidista o como partido de oposición. ¿Cuál partido de oposición?"

El empeño de convertir a Cristo en un revolucionario no es blasfemo: es tonto. Ya he dicho en otra ocasión que el Evangelio no deja lugar a dudas: o Cristo era Dios o era el más soberbio engreído y peligroso de los hombres. Nadie en su sano juicio, en toda la historia de la humanidad, se le ha ocurrido autocalificarse como "Hijo de Dios" y exigido al resto de los mortales que le adoremos.

Pero démosle la vuelta a la idea, que no a la frase. Yo digo que un Cristo humano es una estupidez, pero la idea del Papa es mucho más amplia que la mía: lo que dice es que un hombre sin Dios no es hombre, está desprovisto de su grandeza. Por sí mismo, el hombre no es nada; su valor incomparable procede de su condición de hijo de Dios.

La palabra de Benedicto XVI termina con una fase de la historia que podríamos denominar el humanismo cristiano. No tengo nada contra la acepción, sólo contra su manipulación hasta la náusea. Pero creo que es hora de inventarnos otra. Porque lo bueno del siglo XXI, de la sociedad actual, es que la permanente batalla entre el bien y el mal se libra ahora de forma directa, sin intermediarios de ningún tipo, entre los que aman a Dios y los que le odian, niegan o ignoran. En el año 2000 –por decir algo- se cerró el escenario bélico intermediado por las ideologías, razón por la que el pobre Hugo Chávez anda tan perdido. Lo de conservadores frente a progresistas no se nos ha quedado anticuado: es que ha muerto, como un óleo recién pintado sobre el que se hubieran vertido jarras de agua. No, para bien y para mal, el combate es ahora entre el Reino y el Infierno, entra la Iglesia y los cristófobos. Se terminó el tiempo del combate intelectual, el que librara, por ejemplo, Juan Pablo II contra la modernidad, y llega la era del combate directo, a 15 asaltos, al máximo, el que libra Benedicto XVI, que ha superado la fase filosófica para entrar en la directamente teológica o catequética. Es la era del Juicio de las Naciones, y las máscaras se han guardado en el baúl. De los recuerdos.

Es lo que algunos ciegos llaman el postmodernismo, y que los cristianos bien podrían llamar la era en la que se empiezan a cumplir las profecías. Días atrás, comentaba el revelador libro de Vittorio Messori sobre las apariciones marianas en el mundo moderno: ahora ya en la postmodernidad, toca cumplir las profecías anunciadas. La época del humanismo cristiano ya ha pasado, entramos en la era de Cristo en su doble función de impartir misericordia y justicia. Mejor apuntarse a la primera, no nos vaya a sorprender la segunda.

Lo que está claro es que lo del humanismo cristiano se ha quedado muy obsoleto.

Eulogio López