"Para llega a la paz de todos hay que empezar con la paz de cada uno", decía Giovanni Guareschi, que algo supo de guerra porque estuvo preso en cuatro campos de concentración y uno de internamiento, durante la II Guerra Mundial. En el mundo actual parece haber menos paz interior que paz exterior, menos paz en los individuos que entre los Gobiernos.
Además, la prensa española e Hispanoamérica, así como la clase política española e hispanoamericana, se ha dejado llevar por la triste teoría del "mal inevitable", es decir, se ha dejado llevar por el fatalismo, que no es un fenómeno psicológico, sino moral, porque siempre viene acompañados de una fuerte dosis de desengaño. Así, Aznar se ha alineado con Washington, precisamente allá donde George Bush se equivoca (podía aliarse con su amigo, el inquilino de la Casa Blanca, en la lucha por la vida humana no nacida, pero no). Aznar ha contraatacado a Francia y Alemania, opuestas al ataque a Irak, convirtiéndose en el recadero de Washington para buscar aliados por el mundo: Aznar ha buscado el apoyo de Berlusconi, Blair, Hungría, etc, para ofrecerle a Washington una coartada que necesitaba tras el plante franco germánico y la actitud hostil de Rusia. Y no ha hecho mal el Gobierno español por miedo a las represalias islámicas. No ha hecho mal en apoyar a Estados Unidos, porque Estados Unidos persigue una guerra injusta.
Buena dosis de mentiras. En efecto: resulta difícil de creer la excusa, murmurada entre dientes, de los mandamases norteamericanos en el sentido de que no pueden enseñar las pruebas contra Bagdad, pruebas en las que basan el ataque, porque podrían descubrir a sus espías. Uno supone que hay maneras de enseñar la obra y ocultar al autor, especialmente cuando el autor es un satélite en el espacio.
EL propio Bush también ha caído presa del fatalismo. Porque claro, es muy difícil enviar cerca de 100.000 hombres a un escenario hostil como el Golfo Pérsico, y luego darles orden de regresar a casa. No hay encuesta de opinión que aguante eso. Por tanto, es mejor arriesgarse a una guerra en la que van a morir muchos inocentes.
Porque ese es el problema de Sadam, como el de otro sátrapas: no la contienda del Golfo, pero Sadam resistió y machacó a todo tipo de oposición.
Tampoco sirvió para nada el embargo económico, salvo para matar a muchos inocentes.
¿Qué opción le queda al cristiano o a cualquiera que se rija por principios morales? Pues oponerse a la guerra. Insisto: porque no es una guerra justa. El cristiano no necesita recurrir a los sofismas habituales en la clase diplomática, voz de su amo, cuyo sistema de argumentación es el siguiente: primero se aplican las conclusiones (es decir, las órdenes recibidas) y luego se buscan las premisas que aconsejan llegar a esa conclusión libremente asumida. Naturalmente, suelen ser premisas retorcidas como una viruta, como la relatada por nuestro colaborador líneas atrás, acerca del embajador español ante la ONU, Inocencio Arias. Porque una guerra justa no sólo se justifica por el hecho de que Sadam Husein tenga armas de destrucción masiva (también las tienen otros países tan tiránicos y más potentes, como China) sino también porque fuera una guerra defensiva. Porque la moral repudia el fatalismo.
Así que contemplar ahora la presidente del Gobierno español creando una entente en socorro de Estados Unidos, no se sabe si resulta más preocupante o más cómico. Habrá dado un buen sopapo a Javier Solana, el socialista responsable de las Relaciones Exteriores de la Unión Europea (o sea, que es un chico que trabaja poco), pero eso parece un triste consuelo. Mejor haría Aznar en crear el "Eje del Bien", el de la guerra justa, porque eso es lo que tiene la coherencia de unos principios: puede hacerte perder votos, pero siempre acaba por aumentar el prestigio de un estadista... también entre sus adversarios políticos. Y no me negarán que, si alguien anda ayuno de prestigio internacional, ese es José María Aznar.
Eulogio López