Este chaval, el Felipillo, el que fuera presidente del Gobierno español durante 13 años, es graciosísimo. Figúrense, en la noche del jueves, en el Club Siglo XXI (Club Siglo XIX, como le llaman algunas almas vulgares) presentó en conferencia al cenizo de su sucesor, José Luis Rodríguez Zapatero. Y va Felipillo, no se lo pierdan, y hace mangas y capirotes de Bush y Blair, que ahora culpan a sus servicios de inteligencia, que ellos no sabían que en Iraq no había armas de destrucción masiva, que se enteraron por la prensa. Y entonces, verán qué bueno, Felipillo dice eso de que "Aserejé, como no tenía inteligencia...". Lo han cogido, ¿¿no?? Aserejé es Aznar, simplemente porque a Felipillo le resulta ridículo el título de la insulsa cancioncilla, y entonces, con finísima ironía, se lo aplica a Aznar. Y luego está lo de que no tiene inteligencia: ni propia ni en forma de CNI. ¿A qué es bueno?

E incluso la cuchufleta, que provocó gran hilaridad entre los presentes, y en especial en 'Bambi' Zapatero, hubiese resultado muy bueno, uno de esos retruécanos que se sueltan en público para animar una conferencia que se presagia aburrida, si no fuera porque en Iraq murieron siete miembros del Servicios de Inteligencia español, en una emboscada repugnante, en la que el público, como si un trofeo de caza se tratara, acabó por pisotear los cadáveres de los espías españoles. ¿Qué habrán sentido las esposas e hijos de los asesinados al oír el tremendo humor ex presidencial? ¿Y las risas de Zapatero?

Algo parecido, aunque más macabro, que cuando Alfonso Guerra, que es también graciosísimo, afirmó que Mariano Rajoy era un 'mariposón'. Y Zapatero, que también estaba allí, justo detrás, siempre detrás, rió el sarcasmo con mucho salero, porque al líder socialista le gustan mucho los chistes. Los disfruta. No sé si cogen el doble sentido, porque es muy profundo. Guerra quería llamar maricón a Mariano Rajoy, pero como es de izquierdas, muy progresista, no podía utilizar lo de mariquita como insulto, porque ser sarasa constituye el último grito de la progresía, así que luego nos explicó a la concurrencia que lo de mariposón era porque cambiaba mucho de cargo ministerial. Ya era igual: la calumnia estaba lanzada, y ya se sabe que el efecto de una calumnia no tiene arreglo posible. Pero también Zapatero le rió la chanza. Y es que Felipillo y el señor Guerra son gente brillante.

Este es el problema. Ya lo dice Luis Valls hablando de la actividad bancaria: Este negocio no admite gente brillante. El negocio de la política tampoco admite gente brillante. Gente honrada e inteligente sí, se necesitan mucho, pero gente brillante... Y es que ya se sabe que lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido, pero la injuria siempre divierte a los necios.

En resumen, el resentimiento, la más aguda de las pasiones humanas, nubla la razón y, lo que es peor, produce pérdida de memoria.

Por contra, José María Aznar es más seco que un palo. Nadie le ha pedido que sea el líder más simpático del universo, porque para ello hay que poseer un mejor gracejo natural del que él carece. Pero tampoco se le exige que sea el más antipático, distante, desagradable y desagradecido líder del planeta. No es estrictamente necesario. Por eso, ni sus próximos le agradecen que se haya convertido en uno de los escasísimos líderes políticos que, voluntariamente, haya abandonado el poder a los ocho años.

Cuando Adolfo Suárez llamó soberbio a Rato, el vicepresidente primero del Gobierno se dirigió a los periodistas y el preguntó:

-¿De verdad creéis que soy tan soberbio?

A lo que una periodista respondió:

-No, Rodrigo, tu lo que eres es un chulo.

A Aznar y a su principal colaborador, Rodrigo Rato, les ocurre lo mismo: más que soberbios (que ese sí parece vicio de González y Guerra) son chulos, que no es lo mismo. Son profundamente desagradables, de la misma manera que González es todo lo contrario.

Pero hay algo que González y Guerra sí poseían: eran gene sin complejos, mientras que Aznar y Rato, sobre todo el primero, son hombres atados a sus complejos: quieren ser modernos a toda costa, y acaban en modernistas de salón; quieren ser progresistas y acaban... haciendo el ridículo, que es lo propio del progresismo.

Así, el balance de ocho años de aznarismo puede resumirse así: una gestión macro económica correcta, pero un país sin pulso, sin vitalidad (empezando por el mejor termómetro de la vitalidad, que es el índice natalidad) y des-moralizado. Esta es precisamente la cuestión: aquí vale todo, las reglas del juego no se respetan.

Desde la Constitución y hasta el periodo popular, los enfrentamientos políticos podían ser muy intensos, pero nadie rompía la baraja. Nadie se atrevía, por ejemplo, a desobedecer una sentencia del Tribunal Supremo. En la batalla informativa, había unos topes, en especial en la imparcialidad sobre cuestiones polémicas y en el alineamiento político, que se respetaban. Ahora no: ahora RTVE y A-3 TV apoyan al PP con el mayor de los descaros y el Grupo Prisa apoya al PSOE con igual desfachatez, al tiempo que crucifica a Aznar con encomiable entusiasmo. Un detalle, la batalla política no se ha radicalizado en contenidos (¡ojalá!), sino en las formas: el adversario es todo mal, sin mezcla de bien alguno. Vale todo.

En paralelo, la guerra de Iraq ha roto también las de por sí muy escasas reglas de juego internacional: la ONU es un desastre, pero hasta ahora las intervenciones internacionales siempre se habían hecho bajo el paraguas ONU. En Iraq, eso se rompió. Es más, lo más grave que está ocurriendo, por ejemplo en todo el mundo islámico, es que amplias zonas del planeta están convencidas de que el derecho internacional es una quimera y que la opresión, real o sentida, que sufren les legitima para emplear la violencia como única arma política.  

En definitiva, el todo vale ha generado, en España y en el mundo, un cierto sentimiento nihilista. En plata: Todo vale con tal de salirme con la mía. Y anarquista, a la acracia siempre se llega desde el aburrimiento y la falta de ilusión por todo, y desde la falta de un sentido de la vida. El anarquismo es muy poco romántico. Se circunscribe, como dicen los adolescentes, al "no me brota", o el "no me pone". Vamos, que ni me brota ni me pone. Encontramos a quien pretende acabar con la Monarquía (no hablo de doña Letizia Ortiz, que coste), no porque sea republicano sino, simplemente, por hacer algo para superar el tedio. Porque no le brota.

Esa adolescencia del pensamiento y del mundo político, donde hasta un hombre que ha sido 13 años presidente del Gobierno no se da cuenta del alcance de sus sarcasmos, devalúa el debate, pero, sobre todo, devalúa la vida de las personas, con un pueblo dispuesto a tragar con todo.

Ya saben, lo de Ortega y Gasset, cuando alguien se le ocurrió comentarle:

-Don José, ¿intercambiamos ideas?

A lo que el filósofo respondió:

-No, que saldré perdiendo. 

Ya saben: el despotismo adolescente. El adolescente no se aguanta ni a sí mismo.

Como la España, y el mundo, actual. 

  

Eulogio López