No hay nada como poner el dedo en la llaga para que Francisco Umbral enloquezca y se lance a enhebrar una ristra de insultos (eso sí, con hilos verbales de vistosos colores) contra el susodicho, en este caso, los obispos españoles. Hablo del documento elaborada por la Comisión de la Familia de la Conferencia Episcopal, por el obispo de Castellón, Juan Antonio Reig. El documento dice muchas cosas, pero la llamativa ha sido que la revolución sexual ha provocado familias desunidas, hijos sin padre y, lagarto, lagarto, violencia de género.
Donde los obispos, siempre elegantes, dicen revolución sexual, yo digo despelote sexual. Despelote teórico, no práctico, porque, como decía un famoso periodista español: aquí el sexo lo practican todos y casi siempre somos los mismos. No, la revolución sexual de los años setenta es un despelote icónico, o sea pornografía pura. Es más, la liberación sexual sólo ha servido para que la gente le tenga miedo al sexo, y de ahí la soberanía estupidez del sexo seguro.
Lo más gracioso es que mientras Umbral, que en cuanto oye hablar de curas se da por aludido, defiende a los jóvenes del sexo, las drogas y la libertad (a la libertad por el alucinógeno, que le dicen) en la contraportada de El Mundo, en la portada del mismo periódico aparece el siguiente titular: "Una ONG denuncia que en 2001 más de 30.000 españoles hicieron turismo sexual con menores". Al parecer, sí, al parecer, la revolución, el despelote, sexual, sí ha producido efectos colaterales perniciosos, que es lo que apuntaba el sentido común antes de que el ilustre 'Pacóñez', apoyado por el gran cenizo Zapatero, nos convenciera de lo contrario.
Pues claro que existe una relación entre la desvinculación del sexo y el amor con todo tipo de aberraciones sexuales: incestos, pederastia, homosexualidad, etc, todas ellas formas patológicas de evitar enfrentarse al sexo con mayúsculas: natural (hombre y mujer), comprometido (el sexo es una relación tan intensa que no puede separarse de la entrega de por vida al ser amado) y abierto a la vida (pechando con la responsabilidad de unos hijos que enriquecen tanto como atan). ¿Podía ser de otra forma?
Y sino existen esas características, si ambos sexos no colaboran, entonces se convierten en competidores. Y puestos a competir, el hombre utiliza lo que le es propio, la fuerza bruta, para utilizar a la mujer, y la mujer utiliza sus armas (mejor no describirlas ahora, pero podríamos englobarlas dentro de la llamada violencia psíquica) para machacar al hombre, y ambos sexos se enzarzan en una batalla global, que es justamente lo que está ocurriendo. Y, de paso, la mujer utiliza el arma de la maternidad y si es necesario, se carga al hijo que está en camino, que también eso es violencia de género, y hasta de número.
Y lo más sorprendente es que otras instancias clericales se echan para atrás y teman haber herido la sensibilidad del espectador. Por ejemplo, un monseñor se ha apresurado a 'aclarar' que la violencia de género es anterior a la revolución sexual (el despelote, como creo haber dicho antes). Tiene usted toda la razón: toda violencia es muy anterior a la revolución sexual del año 68; de hecho, comenzó con el amigo Adán y la amiga Eva.
Que no. Que queremos el documento de monseñor Reig, el primigenio, el auténtico. Abajo las imitaciones, matices e interpretaciones políticamente correctas. Y lo queremos repetido y ampliado. Sobre todo repetido, más que nada para que se enteren todos. Empezando por Paco Umbral.
Eulogio López