Sr. Director:
Diferentes estamentos del cine español acaban de reunirse para denunciar la crisis del sector y exigir lo que llaman «nuestras señas de identidad». Me sorprende la falta de autocrítica de un cine que a menudo se recrea en lo cutre, lo insustancial y lo grosero. Que, amparándose en el compromiso, abusa de las situaciones límite y de personajes que no pasan de anormales o
mediocres. Antes que nada, soy ciudadano del mundo, ese país cuya bandera es el humanismo. Donde asisto al espectáculo de la verdad humana, la ternura, el humor, la justicia, la sencilla belleza, allí me siento en mi casa. Y a quien me lo ofrece, a él considero mi compatriota.
Poco me importa si se llama José Luis Garci, Woody Allen o Sandra Nettelbeck ('Deliciosa Martha'). No puedo defender o atacar en bloque el cine de ningún país, ni siquiera el nuestro. Simplemente, cuando estoy en la fila del cine, espero encontrar las 'señas de identidad' humanas, a ver si se me pega alguna. Créanme que soy amigo de defender lo propio, pero soy más amigo del buen gusto y, por las cifras de taquilla, parece que no el único.
Álvaro Alonso
aalonso@gaztelueta.com