Lo dice el último informe económico del Banco de España, quizás porque tampoco puede decir otra cosa quien, además de título de economista, tenga dos ojos en la cara: el peso de los salarios disminuye en la renta nacional. No en España, sino en toda Europa, y me gustaría que alguien se tomara la molestia de constatar si esa tendencia es planetaria: apuesto, doble contra sencillo, a que lo es. Digamos que la situación económica de todo el viejo continente responde al viejo refrán castellano: Nadie se hace rico trabajando.
Cómo no va a disminuir el peso de los salarios si éstos crecen al ritmo de la inflación oficial, que no real, pongamos al 3%, cuando los beneficios empresariales y las rentas especulativas de los mercados financieros lo hacen a entre el 25 y el 30%. En esas circunstancias, no es extraño que el objetivo de cualquier occidental, o habitante del Occidente que mueve el mundo, consista en ser rentista.
A lo mejor ha llegado el momento, especialmente en países de salarios bajos como España, de replantearse el tópico económico –ortodoxia, le dicen los voceros de los poderosos- de la moderación salarial.
Tampoco es extraño lo que decíamos en nuestra anterior edición: crece el número de autónomos, es decir, de personas que están dispuestas a arriesgar más para cobrar más y a trabajar pero siendo más independientes. Pero, ojo, no sólo eso, porque el incremento del número de ‘cuentapropistas', sin duda el fenómeno más importante, significa algo más: significa que esa misma gente, los autónomos, están dispuestos a recibir menos prestaciones públicas a cambio de pagar menos a la Seguridad Social. No nos engañemos, la inmensa mayoría de los trabajadores autónomos pagan el mínimo a la Seguridad Social (los famosos 230 euros mensuales) y a cambio están dispuestos a no prejubilarse jamás, o a gestar su propio fondo de pensiones, pues saben que cobrarán una pensión pública mínima.
Pero, ojo, no juguemos con esta gallina de los huevos de oro, verdadera regeneración económica y social de un país. El juego está como siempre, en la corrupción de lo mejor -los autónomos-, que es lo peor: los falsos autónomos. En definitiva, las empresas medianas y grandes están jugando con la subcontratación, que no es más que la corrupción del espíritu del autónomo, trabajador por cuenta propia o emprendedor de microempresa. En la pyme, la corrupción consiste en contratar asalariados a los que se obliga a pagar su propia seguridad social: son los falsos autónomos. En la gran empresa, el juego consiste en subcontratar a pymes o a ETT. En resumen, ha nacido la perversión del autónomo.
Porque lo ideal no es un mundo de grandes empresas, ni públicas ni privadas. Lo ideal no es el socialismo pero tampoco el capitalismo. Lo ideal es un mundo de pequeños propietarios a los que se permita operar con libertad y que intentan sacar adelante dos cosas: su familia y su propio sueño. Lo ideal es un mundo de micropymes. Y las micropymes se caminan por la vía del autónomo, verdadero protagonista de la economía del siglo XXI. No lo pervirtamos.
Y para no pervertirlo, no estaría de más que el Estado empezara a pensar en los autónomos, lo que significa reducir las cuotas sociales, o bien reduciendo prestaciones públicas o bien cambiando las cuotas por IVA. Esta es la principal asignatura de la economía del siglo XXI
Eulogio López