Sr. Director:
Es un hecho patente en nuestra sociedad que el investigador científico constituye uno de los tipos humanos de mayor prestigio.
Pero es también innegable otro hecho: la creciente preocupación por los efectos, poco deseables o positivamente destructores, de ciertas investigaciones científicas. El hombre de la calle sabe que la carrera de las armas nucleares, químicas y biológicas se disputa en el secreto de los laboratorios de investigación. El árbol de la ciencia da abundancia de frutos sabrosos. Pero también da algunos amargos y venenosos.
La ciencia no puede trabajar de espaldas a los valores éticos. Hay ya suficientes pruebas de que el optimismo cientificista, dejado libremente a su propia dinámica, puede alcanzar resultados maléficos. Algunos abusos cometidos en la realización de ciertas investigaciones han venido a recordarnos dramáticamente que la indagación científica -al igual que cualquier otro aspecto de la actividad humana- debe supeditarse a los principios morales comunes.
El problema se puede presentar cuando quien ha de legislar carece de los valores sobres los que debe legislar.
JD Mez Madrid
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