Ayer asistí a una conferencia pronunciada por Jesús Poveda, presidente de la Asociación Pro Vida y Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, al referirse a los abortos afirmó que: Los malos hacen muy bien el mal y los buenos hacen mal el bien.

La preferencia por el malparto resulta una carrera iracunda con una intención, zanjar la existencia de la criatura que está en el seno de su madre, porque la joven cavila que tal vez así arreglaría sus apuros. Ese es uno de las atroces estratagemas de la interrupción voluntaria del embarazo. Porque el corazón de la mujer sabe que jamás un acto infame puede transformarse en una palmaria solución. El aborto es el comienzo de una recóndita desdicha que puede persistir años en lo más profundo de las conciencias de las esposas que determinan el malparto. Los insuperables colofones que hermosean la existencia humana son las que provienen del amor. Un querer que siempre cobija, ampara, se desvela y da lo mejor de sí mismo; al más frágil, al más desamparado, al más débil.

Un cariño que dice sí a su futuro retoño y a su existencia fascinante. Un amor que percibe pujanzas para decir no a las coacciones mezquinas o a los hondos espantos. Una ternura que reconoce que debe contraer la propia responsabilidad y hacer todo lo posible para proteger al niño que ya ha comenzado a vivir en las entrañas de su mamá.

La mejor opción al aborto está en una sociedad más sensata, que instruya a los jóvenes y al mocerío en la virtud de la castidad, que jamás consienta la indiferencia hacia los dolientes o los frágiles y que aprenda a proteger la dignidad del varón y de la madre, del chiquillo o del longevo, del no nacido y del que nace con penosas carencias físicas. Todos podemos hacer mucho para asistir a la joven, en estado de buena esperanza, a no malparir ya que, abortar origina ingentes melancolías.

Clemente Ferrer Roselló

clementeferrer@yahoo.es