Todo lo que quiero decir en este artículo puede resumirse en lo que sucedió a primeros de julio en Lérida, capital de donde las cigüeñas no quieren marcharse en todo el año por la sencilla razón de que encuentran mucha basura con la que alimentarse.
El caso es que en el aparcamiento de un hipermercado se desplomó una cigüeña. De inmediato, todo se paralizó. Una mujer gritaba angustiada que el pobre animal, estampado contra el suelo "había perdido las ganas de vivir" y solicitaba, no es coña, un psicólogo de urgencia. Sin llegar a tanto, quienes le rodeaban protestaban contra la tardanza de los servicios municipales para venir a hacerse cargo del pobrecito bicho. Probablemente, si el accidentado hubiera sido un ser humano fulminado por un infarto, el dolor de las masas no hubiera sido tal, y eso suponiendo que la primera docena de ojeadores no le hubiese evitado pensando que se trataba de un sin techo borracho.
Un poco más al Este, el verano tarraconense ha enjugado sus lágrimas de lluvia con el divertidísimo evento del tiburón –hembra, por más señas, lo cual sin duda habrá excitado los mejores instintos de las feministas, alguna de las cuales ya sospechan que su odisea, la de la tiburoncita, ha sido producto de violencia de género- que vagabundeaba por una de las dos playas urbanas de la capital catalana. Antes de que todos nos convirtiéramos a la religión ecologista de la diosa Gea, el tiburón era un depredador al que convenía eliminar antes de que le propinara un muerdo a un bañista. Pero ahora, cosas de GEA, la diosa del Nuevo Orden mundial, eco-panteísta y feroz, el tiburón es una especie en peligro de extinción, por lo que se han dedicado todo tipo de medios –alguien debería hacer balance del coste- en forma de buceadores, Cruz Roja, veterinarios, biólogos, logística y siga usted contando. Es más, el biólogo del acuario al que fue trasladado el animalito nos cuenta, cariacontecido, que le están ayudando a nadar, porque la pobriña se había olvidado de nadar, y claro está deprimidísima.
Lo de las feministas no es una coña, dado que la personificación de las especies anímales, incluida la víbora, tan presente en política, está a la orden del día. No exagero, de verdad. Por ejemplo, recientemente pude ver un famoso documental sobre los tiburones, que pueden ustedes ver en cualquier cine de tres dimensiones del mundo, en el que una lumbrera como Jean-Michel Cousteau suplicaba al mundo que salvara a los tiburones. Lo cual no es grave. No deja de ser un bicho creado por Dios para que el hombre lo utilice, sea recreándose con sus habilidades o sea comiéndoselo tras un esmerado guiso. No, lo malo es la personificación del tiburón que realiza el buen Cousteau, a cuyo señor padre, los chiflados de mis paisanos otorgaron el Premio Príncipe de Asturias: nos muestra Cousteau junior a una pobre escuala, muerta tras el furioso apareamiento de un tiburón macho (es decir, no tan bueno como la hembra, a pesar de su condición de tiburón). Y concluye el narrador: Como ven, en todas las especies cuecen habas.
Sorprendidito me quedé. Yo pensaba que la violencia de género era otra cosa pero, al parecer, según Cousteau, todo un intelectual del Nuevo Orden, feligrés de la nueva Iglesia donde todos somos iguales, incluidos tiburones, ratas y mosquitos, en algunos machos de la especie humana el apareamiento es tan brutal que conllevaba la muerte de la hembra, también llamada mujer. Los hay apasionados…
Más sobre el nuevo credo eco-panteísta. La diosa Gea es el nuevo Moloch al que sacrificar la especie humana en orden al medio ambiente. El catecismo de Gea está a punto de consagrase en los foros internacionales. La publicidad marca el camino: General Motors anuncia sus modelos Opel "por ellos", es decir, por las futuras generaciones, pero también "por ella", y aparece una imagen de la tierra, el "único planeta que poseemos". Al final, se trata de cambiar a Cristo por un planeta, que también hay que ser chorras: con la cantidad de planetas que hay en el universo creado por Cristo.
Ninguna exageración. Lean el informe de Noticias Globales sobre la reciente reunión eco-panteísta celebrada en Colonia.
Y ojo, el nuevo culto a la madre-tierra es, como todo panteísmo, lo más inhumano que pueda darse. Estamos ante una ecología realmente homicida. Un amigo me envía el siguiente e interesantísimo artículo, donde se recoge el primer mandamiento de la nueva religión: El hombre es igual que cualquier otra especie animal o vegetal. Mejor, no es igual, porque es el único que, para los adeptos a la nueva religión del Nuevo Orden no está en peligro de extinción. Al final, el nuevo credo ha degenerado en un verdadero odio a la especie humana, especialmente el viejo odio a la infancia. Y de la misma forma que el culto fenicio a Moloch exigía el sacrificio de niños, así el Nuevo Orden Mundial (NOM) y la diosa Gea no ocultan que lo único que les molesta es el hombre, el resto de bichitos y especies animales gozan de su maternal protección.
No, no es casualidad que el NOM esté obsesionado con el aborto y la homosexualidad, los dos instrumentos más eficaces para terminar con la raza humana, mientras mima el crecimiento de la población de cigüeñas, tiburones y víboras cornudas. Sea para ellos, especialmente ellas, nuestra compasión y clemencia. A los humanos, que les den morcilla.
Eulogio López