En un giro de unos cuantos grados, que explicamos en esta edición de Hispanidad, el ministro de Sanidad del Gobierno español, prestigioso científico don Bernat Soria, acaba de anunciar que, tras el aborto-barra libre y la exhumación de cadáveres asesinados por los malvados curas en la Guerra Civil, llega la eutanasia, aunque, siempre pudoroso, don Bernat la califica como "suicidio asistido".

Al parecer, los embriones que se ha pulido don Bernat también querían suicidarse, razón por la cual tuvieron que ser asistidos en sus laboratorios pagados con dinero público.

Este enorme caradura, jeta enorme que lleva viviendo del erario público como un trilero de lujo -a pesar de ser un prestigioso científico dedicado a destripar embriones humanos en beneficio de la humanidad, no ha sido capaz de curar un resfriado-, ahora anuncia que el Gobierno ZP va a regular la eutanasia, y advierte, atención, que el tal suicidio asistido será un derecho de enfermos no terminales, es decir, de cualquiera.

¿Se imaginan lo que puede suceder si todos los deprimidos acuden a la Seguridad Social para que le den matarile sin dolor? Decía Chesterton que el suicidio es el peor del los homicidios, pero la enfermedad del siglo XXI es la depresión, que afecta a todo aquel que busca un sentido para su vida y no lo encuentra y que, al parecer, son legión. El espectáculo que se abre en un país como España, en crisis existencial permanente, es pavoroso. Don Bernat ofrece asistencia, no para encontrar un sentido a la vida, sino para terminar con la vida misma, con lo que la labor de buscarle sentido, en efecto, cesa. Es lo mismo que ocurre con los progresistas cuando intentan acabar con el hambre en el mundo deciden que lo más rápido y eficaz es acabar con los hambrientos. Y a su manera, hay que reconocer que tienen mucha razón.

Porque lo malo de pedir la muerte es doble: hacer cómplice de homicidio a un tercero y, encima, que una vez ejecutada la decisión no tiene vuelta atrás.

Eulogio López

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