Me encanta Estados Unidos. Yo no sé qué haríamos sin ese país de estupendos majaderos, de ignorante audaces, de sabios excéntricos y de peligrosos bienhechores, que confunde la sanidad con la filantropía, inasequible a lecturas complejas, un país tan necesario como puedan serlo los adolescentes.

Resulta que un Senador ha decidido llevar a los tribunales Padre Eterno, al considerarle culpable de terremotos, incendios, tragedias naturales sinnúmero que han provocado muerte, hambrunas y desolación a su paso. Recuerda a aquel Mussolini que, subido al estrado retó al Creador a fulminarle con un rayo. Como no lo hizo llegó a la conclusión de que no existía. Su paisano, Giovanni Guareschi, no era de la misma opinión: lo que ocurre es que Dios nunca tiene prisa.  

Pero lo de nuestro senador es mucho más divertido: en un Estado de Derecho, la última palabra la tienen los jueces y, quién sabe, en una nación tan deliciosamente chiflada, hasta podría resultar condenado, con sanción anexa por daños y perjuicios.  

Vamos con el sutilísimo razonamiento de nuestro parlamentario gringo. Si la naturaleza no se comporta como debe, la culpa la tiene el creador y sostenedor de esa naturaleza. Está clarísimo. La respuesta lógica a tamaño silogismo, a la existencia del mal y del dolor en el mundo es, naturalmente, la libertad humana. Ese extraño Dios que hemos colocado en el banquillo, sin abogado defensor, ha tenido la ocurrencia de crear criaturas libres. Al parecer, considera que no tiene ningún valor que le ame un robot programado para amarle, ni tampoco un perro fiel ni un chimpancé afectuoso. Sólo admite amor de quien puede odiarle. Pero la contraprestación de esa libertad es el dolor, producto del pecado.

¿Y el daño que sufre un niño de pecho? ¿Es justo? Sí porque además de la libertad, hay otra condición del ser humano siempre olvidada, como es la de pertenencia a una raza. No hablo de que el hombre sea una ser social, digo más: es un ser racial. Si nos gusta nuestra condición sexuada, también debemos pechar con las consecuencias: todo lo que hace un ser humano repercute sobre los demás… para bien o para mal.

Pero el argumento más olvidado de todos para exculpar al Creador es otro, que nace de una mala tendencia: la manía que siente el hombre por humanizar a Dios. La criatura humana es tan absurda que pretende humanizar las cosas, los animales y a Dios. Pretende el hombre que Dios piense y sienta como él, que el Creador imite la criatura, olvidando la frase de Tagore. "El ojo que tú ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve". El apéndice de la Existencia pretende darle lecciones a la Existencia.

Pues bien, todos los desastres inculpatorios de nuestro arriscado senador son temibles porque provocan muerte. Para el hombre la muerte puede ser lo peor -aunque los santos hablen de nuestra amiga la muerte- pero para Dios ese tránsito es el mayor regalo que nos ha concedido: Morir sólo es morir / morir se acaba / morir es una hoguera fugitiva / es cruzar una puerta a la deriva / y encontrar lo que tanto se buscaba.

Ante el tribunal, Dios sólo podrá ser acusado de desear lo mejor para el hombre. El problema es que el hombre no lo sabe. Pero eso no es culpa de Dios.

Confiemos en la paciencia de Dios para que no se harte de tanta tontuna.

Eulogio López

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